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Autopsia es la primera y esperada novela de Miguel Serrano Larraz (Zaragoza, 1977), autor que, gracias a la inteligencia narrativa desplegada en muchos de los cuentos de Órbita, su anterior libro, ha encontrado ya un lugar destacado en la literatura española de su generación. Con esta novela, Serrano demuestra que aquella potencia de los cuentos de Órbita es capaz de aguantar con vigor las casi cuatrocientas páginas de este libro y sumergirse con brillantez en cuestiones centrales como la memoria, la culpa, el miedo, la amistad, el éxito y el fracaso. Cuestiones que toman forma en una historia, la del joven Miguel (un aspirante a escritor que podríamos confundir con el autor), construida a través de varios tiempos que se intercalan y se superponen: la infancia, la adolescencia y la actualidad. Se trata de fragmentos que se van hilando conforme avanza la narración y que surgen especialmente de dos sucesos traumáticos. El primero tiene lugar el día en que al protagonista le pegan unos skinheads, un momento crucial que se repite una y otra vez y del que brota un poema y también una novela inacabada —quién sabe si Autopsia no será precisamente esa novela—. El segundo momento traumático proviene de la sensación de culpabilidad por el maltrato que el narrador y otros infligieron a una compañera de colegio, una sensación latente que se vuelve manifiesta tras un encuentro casual en el presente del relato.
Si se piensa bien, el título del libro remite en realidad a la disección de un cadáver: el pasado; un cadáver que, al ser abierto y despedazado, al ser explorado, vuelve al presente para romperlo todo y poner las cosas patas arriba. Pero sobre todo la novela puede ser leída como una puesta en escena de la memoria, que se presenta aquí de varias maneras. En primer lugar, la memoria como trauma: el trauma de ser golpeado, el miedo, el maltrato, la culpa. Ambos traumas aparecen fuera de campo y en acción diferida, actuando a contratiempo y repitiéndose una y otra vez. En segundo lugar, la cuestión de la memoria aparece en la propia estructura del relato, que se construye a través de saltos temporales, discontinuidades y retornos, emulando el funcionamiento del tiempo psíquico. En este sentido, el autor reflexiona constantemente sobre la escritura, la posibilidad de contar, qué escribir, cómo hacerlo, por dónde empezar y por qué hacerlo. El libro, de este modo, se retuerce sobre sí mismo y establece un vínculo esencial con su propia construcción, en un juego metaliterario resuelto con maestría y expandido mediante la puesta en cuestión de los límites entre realidad y ficción, entre autor y narrador. Por último, la memoria hace su aparición como memoria generacional, la cartografía nostálgica de un tiempo, los ochenta y los noventa, que ha calado fuerte en el imaginario de la cultura española. Una cultura de masas previa a la era de Internet y que es vista ahora casi como una especie de ruina contemporánea, la cultura de la telebasura, que todavía pervive, aunque de modo zombi, sin la hegemonía y centralidad que tuvo antes de la era digital. Un tiempo que no se ha acabado de ir, como nada nunca se va. Porque si algo enseña Autopsia es que nada se borra del todo, que el pasado queda ahí, latente, y que a veces es necesario desmembrar los cadáveres y buscar el origen de su muerte y enfrentarnos a ellos, aunque el encuentro nunca sea satisfactorio. Aunque llegue, como siempre, demasiado tarde.
Miguel Serrano Larraz, Autopsia, Candaya, 2013, 400 págs.
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