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“No soy profundamente nada”, dice el guatemalteco Eduardo Halfon (1971) en una entrevista publicada por el diario El País en 2015. La sentencia parecería dar respuesta a la conjetura autobiográfica que rodea cualquier acercamiento al autor de Duelo (2017), Signor Hoffman (2015), Monasterio (2014) o El boxeador polaco (2008). Porque leer a Halfon es sobre todo acompañarlo en el voluntarioso escrutinio de sí mismo que cruza por completo sus libros. El resultado es el retrato de un superviviente situado en los extremos de su identidad difusa: el profesor y el ingeniero; el centroamericano y el estadounidense; el libanés y el polaco; el árabe y el judío; el angloparlante y el escritor en castellano.
La apuesta no se aleja de esas coordenadas en su más reciente libro, Biblioteca bizarra, aunque la crítica y los editores califiquen los seis textos que lo componen como un conjunto azaroso de crónicas literarias y personales. El volumen es, para gusto de quienes lo seguimos, un capítulo más del singular proyecto que reconstruye sus orígenes fragmentados mezclando ficción y realidad en pequeñas piezas emparentadas con el cuento. Lo demás son sus temas recurrentes: la búsqueda de la identidad, la diáspora como legado y experiencia, la memoria familiar, el combate entre los padres y los hijos, los estragos de la historia, la revisión forastera del paisaje, la encrucijada de las lenguas y, por supuesto, la literatura.
Biblioteca bizarra reincide en las obsesiones pero amplía los hallazgos moviéndose en la distancia corta y la mesura de estilo que tan bien domina Halfon. Si los textos de “Saint-Nazaire” y “La memoria infantil” ahondan en la empresa anterior (“Vuelvo una y otra vez a mis historias infantiles […] En toda infancia hay momentos que son como pórticos hacia la grandeza del futuro”, escribe), “Halfon, boy” da un primer paso hacia la reinvención del juego. El relato es una carta con voluntad de armisticio porque el narrador es ahora quien sostiene el legado. Halfon se convierte en padre y ha de garantizar la longevidad de su proyecto. El andamiaje de la literatura aparece como la clave de esa transmisión. No es casual que la paternidad llegue con el estreno de Halfon como traductor literario. “Me pregunto si no habrá una relación entre el proceso de volverse padre y el de volverse traductor; entre imaginar cómo nuestro hijo se va haciendo nuestro hijo, e imaginar cómo las palabras de otro se van haciendo nuestras”, escribe.
Pero no todo es genealogía y herencia. El relato que da nombre al volumen destaca por su trabajo con la serie, algo que vincula a Halfon con el Piglia más microscópico y borgeano. La colección de bibliotecas es personal y caprichosa, pero también retrata: bibliotecas sionistas, ilegales, sin libros; de gatos, de escritores; en llamas y salvajes. “Los desechables”, el más singular de los seis textos, insiste en la literatura y su pacto con lo real. Halfon compone en él un diálogo entre el escritor y el mundo, pero desplaza el foco para alejarse de los tópicos. El que narra ya no es importante (no lo fue nunca). El mecanismo recuerda lo que hiciera Coetzee con Verano. Una realidad que se presume profana interroga al escritor directamente y al mismo tiempo describe sus fantasmas: “¿Escribir, para usted, es como rezar?; ¿Cree usted que se puede escribir honestamente…?; Si usted no tuviera comida, ni dinero, ni casa, ¿seguiría escribiendo?”.
Mención aparte merece “Mejor no andar hablando demasiado”. La pieza cierra el libro con intención circular porque allí están otra vez Guatemala y el origen hebreo, reunidos en la amenaza de la vida que supone estar marcado por esos dos orígenes. “No sé porque siempre me resulta difícil convencer a las personas, incluso convencerme a mí mismo, de que soy guatemalteco […]. Yo tampoco pierdo cualquier oportunidad de distanciarme […]. Soplo humo sobre mis orígenes hasta volverlos más opacos y turbios”, escribió Halfon en “Bambú”, un cuento de Signor Hoffman. Quizá ese pistolero de camisa estridente que nos recibe en la portada de Biblioteca bizarra ya no sea una fotografía de Jean-Marie Simon y se parezca, cada vez más, a la versión guatemalteca del escritor judío; o del ingeniero libanés; o del profesor polaco; o lo que sea.
Eduardo Halfon, Biblioteca bizarra, Jekyll & Jill, 2018, 120 págs.
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