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Cartas de Hallandale, que recoge textos de José Kozer sobre sus autores predilectos, es mucho más que un viaje por su biblioteca personal. Estas “cartas” pertenecen al inaudito género de la autobibliografía. Revelan, viñeta tras viñeta, no sólo las meticulosas lecturas de un grafómano (librópata, lectófilo, escribofrénico), sino además las aspiraciones secretas, las admiraciones y las insinuadas poéticas de un gran escritor, de origen y destino americano, que ya nos pertenece a todos.
Ricardo Piglia dijo que “el escritor escribe su vida cuando cree escribir sus lecturas”. Y aquí, ese atravesamiento es total. Entre los escritores que rescata Kozer está, por supuesto, Thoreau, por esa capacidad de sumergirse en su estar, de vivir inmerso en cada actividad, sin dispersión, en estado pleno de concentración; está el poeta japonés Saigyõ, que practica la austeridad y la disciplina de una planta; está Kafka, que vivió para la escritura; y, desde ya, está Lezama, con su intuición y su misteriosa iluminación… entre tantos otros. Kozer aspira a vivir la vida (que es escritura, que es lectura) con esa misma densidad sacramental. Así, estos textos nos permiten ser testigos de ritos y ceremonias intangibles capaces de descubrir en cada sonido una paradoja zen y en cada instante un espacio de retiro. Escribe Kozer: “Leer poesía no es entender, sino acceder por la misteriosa vía del desconocimiento al conocimiento intuido de un texto”.
Ya en la viñeta que abre la colección, “De donde son los poemas”, se anticipa que este Kozer prosista no está lejos del Kozer poeta, sumergido como siempre en el flujo vertiginoso de las palabras: “El hombre deambula por bosques y penínsulas, ido, expuesto, acompañado de todas las palabras del diccionario, toda la infecciosa posibilidad del idioma. Escribe. Escribe. Una sílaba, un espacio, una respiración, una palabra engarzada a otra palabra. Un espacio oracular eslabonado en posibilidad creciente y múltiple”. Este libro ofrece no sólo la sensación de asistir, en secreto, al monólogo interior de Kozer, o incluso a los diálogos que mantiene con Martí, con Ana Rosa González Matute, con el querido Víctor Sosa o con Néstor Perlongher, sino además la impresión de que también nosotros participamos de la intimidad de esos diálogos. Porque el texto produce una sensación inusual: la de una escritura que escucha. Como escribe Deleuze en Mil mesetas, “La vida no habla: oye y espera”. Ese silencio es lo Real que está al acecho del otro lado de las palabras. Los ensayos de Kozer, como sus poemas, también oyen y esperan. Como digo, este Kozer prosista no está tan lejos del Kozer poeta que barrena la espuma metonímica… surfer de las playas de Hallandale entrando en el ojo de la ola donde se fractalizan, se arremolinan las crestas de los significantes. Prosa que avanza con la libertad de la poesía, con ese mismo aliento, con esa respiración de Moebius, con sus atisbos y sus promesas escamoteadas. En estas cartas la redundancia es también una retumbancia… lezamiana en su repetición, sarduyana en su liberación de ecos entre pasados y futuros, entre dimensiones inesperadas. En The Third Mind, William Burroughs escribió “when you cut the present, the future leaks” (“cuando cortás el presente, se filtra el futuro”). Hay muchos cortes también clarividentes en esta escritura que avanza parsimoniosa (paranomasiosa), orbital y siempre atenta a las efímeras iluminaciones. Ahí está la poética kozeriana. En el ensayo sobre Lezama, sin embargo, Kozer rechaza el concepto de una poética: “Cada vez creo menos en poetas y en poemas, mucho menos en poéticas: cada vez creo más en momentos poéticos”. Pero, admitámoslo, esa renuncia esboza, si no define, toda una poética, una estética de lo desleído, de lo contraescrito, del subconocimiento y la indeterminación.
Para Deleuze, la poesía conduce el lenguaje hacia esa frontera que lo separa del silencio, que lo separa del aullido animal, y el pensamiento del no-pensamiento. Esa es la experiencia al borde de leer a Kozer, equilibrista sin red entre la plenitud y el vacío. Su poesía es íntima pero de aliento histórico, pletórica de narrativas aunque abstracta, anecdótica y anacolútica, humorística y patética, tan llena de sentidos y sensibilidades como de sinsentidos y desentendimientos. Es de esperar, así, que uno emerja de este viaje al centro de sus lecturas como el náufrago empujado por las mareas, de boca al cielo y echando borbotones de barrocas aguas oceánicas.
José Kozer, Cartas de Hallandale, selección y prólogo de Michel Mendoza, Rialta Ediciones, 2020, 212 págs.
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