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Decía Proust que Balzac solía concebir un arte bajo la forma de otra; más que retratos fieles, buscaba “efectos pictóricos”. Lo mismo podría decirse de Proust y de casi todos los grandes renovadores de la novela moderna, si al repertorio de formas y lenguajes con los que revitalizar el género sumamos la fotografía, el cine y las audacias conceptuales del arte contemporáneo. La primera novela de Nicolás Cabral viene a nutrir el catálogo con un diálogo insospechado que se insinúa ya en la foto de tapa: la escalera casi inmaterial de la Casa O’Gorman, una de las joyas de la arquitectura mexicana del siglo XX, anticipa el rigor formal del retrato de “el Arquitecto” que la novela compone con prosa precisa y austera. Las líneas rectas, los espacios funcionales y los planos de colores netos de la casa y las casas-estudio vecinas que Juan O’Gorman construyó para Diego Rivera y Frida Kahlo parecen haber encontrado un doble verbal en la serie de fragmentos breves, en la sintaxis y el tono. Pero consustanciada con las tensiones de la obra de O’Gorman, que más tarde abjura del dogma racionalista de Le Corbusier para abrazar la ambición orgánica de Frank Lloyd Wright, y con su tormentosa biografía, que acaba en locura y suicidio, la escritura desborda la simetría de los fragmentos, reniega del afán documental y la linealidad del relato, para dar “vibración mural” al recuento efervescente de una vida, que es también cifra de la modernidad volcánica y fracturada de la cultura mexicana. El enigma de las mayúsculas llevará quizás al lector a buscarles nombres reales al Pintor, la Pintora, el Músico, el Empresario y las muchas otras voces que van componiendo el fresco (¿Rivera, Kahlo, Conlon Nancarrow, E.J. Kaufmann?) e incluso a querer ver las obras, pero la novela deshace las correspondencias apenas las convoca, para ir cobrando cierta dimensión alegórica en la polifonía del coro. Porque si en Catálogo de formas reina la primera persona, es aquí, a diferencia de mucha narrativa de hoy, por vocación generosa de darle la voz al otro. Como en los murales de O’Gorman, el autor sólo asoma en contados fragmentos, que ofrecen a destiempo un origen posible del relato y un cierre: las imágenes vivas de la obra del Arquitecto encienden la chispa en una clase de arquitectura (“geometría y poesía, la misma cosa”) y la visita a las ruinas de su estudio fundidas con el verdor de la selva oficia de epílogo, marco desenmarcado de la aventura narrativa propia. Arquitecto, crítico sutil y editor de la afinadísima revista cultural mexicana La Tempestad, Cabral ha amalgamado los fragmentos aparentemente dispersos de su propia biografía en una novela que recupera, en forma y materia, las pulsiones contradictorias del temperamento moderno. Cordobés de origen, hijo de argentinos exiliados en México, hereda la biblioteca del extraterritorial latinoamericano, insinuada en las citas solapadas —téseras de su mosaico— que se develan al final. No he leído ninguna de las semblanzas ni los documentados estudios sobre la vida y obra de O’Gorman, pero me atrevo a especular que ninguno alcanza la intensidad de esta ficción luminosa que, sin nombrarlo, lo acecha y lo desborda.
Nicolás Cabral, Catálogo de formas, Periférica, 2014, 98 págs.
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