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Mezcla de ficción, historia y biografía, Coronel Lágrimas convierte en material literario la vida y obra de Alexander Grothendieck, uno de los matemáticos más importantes del siglo XX. Hijo de una socialista alemana y de un judío anarquista ruso dos veces condenado a muerte —una en tiempos del zarismo y otra bajo Stalin—, quien no obstante terminaría sus días en Auschwitz tras un doble exilio en Alemania y Francia, Grothendieck permaneció con una familia adoptiva mientras sus padres luchaban en la Guerra Civil Española, fue encerrado en un campo de internamiento durante el régimen de Vichy, estudió matemática en Montpellier y marchó a París, donde renovaría la aritmética y la geometría algebraica, participó en las revueltas de mayo del 68 y viajó a Vietnam para protestar contra la guerra, vivió como un apátrida hasta que se nacionalizó francés en 1980, rechazó cuanto premio le dieron por sus teorías, se recluyó en su vejez en una remota aldea en los Pirineos y, en una carta con visos de testamento, renegó de sus escritos y definió como “pirata” cualquier edición, pasada o futura, de sus textos. De esta rareza de tintes macedonianos y de un derrotero existencial que permite enhebrar, con una misma aguja, la historia del siglo XX, se vale Carlos Fonseca (escritor nacido en Costa Rica, criado en Puerto Rico y residente en Londres) para construir al extravagante y enigmático personaje que da título a su primera novela.
De que el inefable Grothendieck está detrás del Coronel, el lector se entera recién en la última página (el dato no se menciona en la contratapa), lo que se justifica en las libertades que se toma el autor a la hora de manipular el material biográfico, un poco a la manera del Borges de Historia universal de la infamia. Pero el punto no es tanto lo que se tergiversa (el padre del Coronel, por poner un ejemplo, es un anarquista mexicano, mientras que la rusa es la madre), sino hasta dónde es posible inventar cuando la ficción parte de hechos y personajes reales. Lejos de comportarse como un “psicoplagiario”, que es como Vladimir Nabókov motejaba la tarea del biógrafo, Fonseca escribe una novela biográfica sin biografía, llegando al extremo de prescindir del propio biografiado.
Mexicano, francés, ruso, matemático, historiador, ermitaño, “coronel” (a pesar de no haber combatido en ninguna guerra), el protagonista está enfrascado en un “proyecto autobiográfico” que cataloga vidas ajenas (inversión de la “autobiografía hecha por otro” que imaginó Macedonio Fernández) y compone abstrusas ecuaciones que buscan cifrar el amor, la historia, la guerra, la vida misma. Su dificultad de ser alguien siendo a la vez tantos se extiende a esa rara enfermedad que le dificulta reconocer los rostros de otros, de la que se habla en la novela. De ahí que la apuesta conceptual de Fonseca sea girar el caleidoscopio narrativo (“mirarlo desde mil ángulos distintos, trazar una especie de cuadro cubista de este hombre cansado”) a una velocidad tal que parezca estar en posición de reposo. No en vano, la acción se ciñe a las horas previas a la muerte del Coronel, cuyas morosas circunstancias son descriptas por un narrador que lo acecha como si fuera un fantasma. Que el relato de una vida que compendia, a su modo, un siglo entero transcurra en un solo día es uno de los mayores aciertos formales del libro. Pero si uno observa cómo la Segunda Guerra Mundial y los demás acontecimientos que tocan de cerca al protagonista no se cristalizan en la anécdota sino que son apenas aludidos, se llega a la conclusión de que Coronel Lágrimas es también una novela histórica sin historia, si se nos permite, una vez más, el oxímoron.
Carlos Fonseca, Coronel Lágrimas, Anagrama, 2015, 176 págs.
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