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Parece redundante afirmar que buena parte de la literatura o, mejor dicho, un sinnúmero de aquellos que dicen practicarla, vienen apuntado sus cañones hacia ciertas cuestiones de agenda que permitan sostener en vidriera una suerte de figura de autor.
No faltaríamos a la verdad si además dijésemos que el interés por abordar estos temas suele constituirse las más de las veces en una preocupación pasajera: les puede dar por ir contra la pauperización laboral, contra el abuso de los recursos naturales (calentamiento global mediante o cultivos modificados genéticamente), o contra la falta de definición de lo que representa el sujeto contemporáneo, entre otras variantes. Esto es lo que posiciona mejor a este tipo de autores que se definían como “comprometidos”: al renovar su preocupación, jamás pasan de moda ni quedan aferrados a una causa justa que acaso podría llegar a perjudicarlos.
Tomando nota de estas cuestiones, Munir Hachemi (Madrid, 1989) agita en Cosas vivas un cóctel de los tópicos mencionados anteriormente, añadiéndole a su juego de alquimia privado un toque de conocimiento filológico. Pero tanto el abordaje de la explotación laboral como el paisaje epocal de la escritura del mundo hispanoparlante que este trata se encuentran analizados subrepticiamente en trazos que conducen a una expectativa que, con el correr de las páginas, se trunca.
En uno de los típicos tópicos que, como tropo de vehiculización, constituye el viaje de aventuras, una tropa de jóvenes españoles parte al sur de Francia para afrontar la cosecha de uva, para lograr así retornar a sus hogares con una suma de dinero que ayude a sobrellevar el año que tienen por delante. Su voluntarioso proyecto se frustra al enterarse de que no va a ser posible cumplir con un básico rol de vignerons debido a un mal año vendimial y, ante la posibilidad de volver con las manos vacías, se embarcan en una aventura crítica dentro de una compañía de base biotecnológica. Allí es donde Hachemi vuelca todo su bagaje de lugares comunes para desarmar el turbio entramado que sostiene este tipo de corporaciones. Entretanto retorna con tesón a lo que de veras conoce: la escritura en América Latina y la suya propia. Quizás su vasta erudición le haya permitido usar nombres como Respiración artificial, Crónica de una muerte anunciada o Viaje a la semilla para rotular ciertos capítulos del libro. Gran lector del apartado que Anagrama le dedica al canon de las letras rioplatenses (Borges, Piglia, Borges por Piglia, Fresán, etc.), Hachemi intenta regalarnos de manera salteada algunas reflexiones que poco se asoman a la trama que se describe.
Una vez acabado el libro, el lector podría verse envuelto en, al menos, dos profundas reflexiones: o que una forma novelada de contar una historia haya desaparecido, dejando lugar a una aparente introspección que tiene que ver más con el uso de datos que con una sensibilidad artística, o que en el modo de producción en la actualidad se vuelve casi imposible descartar libros a los que les falta madurez, trabajo o sentido de unidad. En todo caso, la que pierde es la literatura, otrora un campo fértil o cosa viva; hoy, un espacio en el que las preocupaciones pasan por el gramaje del papel o el diseño de portadas, y casi nada por lo que de veras importa: la alegre danza de los signos dispensados entre las páginas.
Munir Hachemi, Cosas vivas, Periférica, 2022, 160 págs.
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