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En Cuaderno de faros, Jazmina Barrera (Ciudad de México, 1988) examina de un modo inteligente, poético y no desprovisto de humor, la atracción natural del ser humano hacia los faros y la materia que los envuelve: el mar, la oscuridad, las tormentas, la soledad, la luz.
En esta novela-ensayo, una mujer vive en un edificio donde raramente da el sol. Casi no sale (“mi rutina es tan exacta, me siento tan cuerda que debo estar enloqueciendo”) salvo para ir de excursión hacia algún faro. Los silogismos que destellan en su cerebro ermitaño de literatura y amante de faros los va anotando en un cuaderno, no en un diario (“que sea un cuaderno porque así existen menos reglas”).
Edgar Allan Poe —quien antes de morir trabajaba en la historia de un farero sin nombre y de su perro Neptuno—, Beckett, Bradbury, Benjamin, Carson, Cernuda, Joyce, Melville, Woolf, Mishima, Walter Scott, Shakespeare (soneto CXVI) y muchos más escribieron sobre faros. La protagonista trabaja a partir de historias de estos nombres de la literatura y las une a otras más sencillas y anónimas, pero no menos importantes: fareros que socorrieron a náufragos en medio de una tormenta; otros que enloquecieron y se transformaron en asesinos; algunos que se hicieron borrachos o adictos a la televisión. Incluso eruditos, porque, al decir de uno de ellos, “teníamos tiempo y cuando leíamos un libro lo leíamos en serio”.
También aprovecha el material secundario que rodea a los faros: plegarias de marineros en medio de las tormentas (“la mar es tan grande, Señor, y mi barco es tan pequeño”), epitafios de fareros ignotos, nombres de faros que funcionan como poemas de una sola palabra. Y desarrolla aristas menos románticas, pero muy necesarias para entenderlos en su esencia, como las dificultades de su funcionamiento, la evolución tecnológica y las polémicas en torno a los pros y contras de las campañas que buscan su automatización definitiva.
En el fervor de la soledad (“that solitude, which is not loneliness”, dice el cuento en el que venía trabajando Poe), la mujer empieza a advertir riesgos: “Me estoy enamorando de una idea de belleza que por momentos se parece demasiado a la muerte”. Pero no puede dejar de lado su obsesión, en la que reside una especie de fe (“aunque no creo casi en nada, sí creo que morir en el mar tiene algo de sagrado”), y una nostalgia por un pasado que nunca existió que la arrima a la tristeza o a la demencia.
Todo cuanto existe y existió es googleable, ha sido escrito, tiene existencia e imagen virtual. Cada faro del mundo, por ejemplo. Queda la sensibilidad de aquellos que rescatan pedazos de historias de la web y las combinan en alguna forma literaria superadora que las redima de aquella existencia. Jazmina Barrera logra trastocarlo todo y eso se nota hasta en las preguntas: “¿Cuál será el último barco en llegar a puerto gracias a la luz de un faro?, ¿quién será el último farero del mundo? ¿O será que la relación de los seres humanos con el mar es tan primordial que siempre alguien encenderá con un botón u otra tecnología del futuro una luz por si los náufragos o por si los pescadores?”.
Cuaderno de faros se lee “muy en serio” de la primera a la última página. En ellas, los faros se resignifican, de tiempos que se fueron, de la soledad luminosa de quienes los habitaron. Y de un destino posible en el futuro inmediato cuando cumplan su obsolescencia práctica o simbólica: “Quizás se alumbrarán como templos o memoriales, en recuerdo de los miles que yacen en el fondo del mar”.
Jazmina Barrera, Cuaderno de faros, Alto Pogo, 2021, 128 págs.
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