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Dado que el objeto libro nos otorga pocos placeres tan instantáneos como el olor a hojas nuevas —muchas hojas nuevas juntas hasta entonces no olidas, a la espera de esa primera y veloz pasada de páginas cual glissando—, es por lo menos una picardía que tal inocente práctica de hedonismo resulte incompatible con el placer también aurático del dialogismo propio de los libros usados.
La editorial Fera divisó una oportunidad a aprovechar, y con su colección “Mujeres que leen mujeres”, vino a llenar la falta. Sus primeros títulos fueron Un cuarto propio de Virginia Woolf comentado por Agustina de Diego y Frankenstein de Mary Shelley comentado por Esther Cross. Dos libros nuevos y cientos de hojas subrayadas, resaltadas, intervenidas en la marginalia. Con Dantescas. Cuentos de mujeres que descendieron a los infiernos, tercer ejemplar de la colección, María Fernanda Ampuero redobló la apuesta al confeccionar una antología de doce cuentos de terror remarcando que “hay que incluir escritoras contemporáneas y que dialoguen con las muertas”.
Los subrayados ajenos, ya sean anónimos, o de un amigo, un familiar o incluso de nosotros mismos, pero de tiempos pasados, destierran a nuestra lectura de su plácida univocidad e imponen un diálogo con un otro que, por más que subraye lo mismo, lee diferente. ¿Por qué (no) subrayó esto?, ¿por qué resaltó esto cuando yo apenas necesité de unos corchetes?, ¿son sus corchetes los mismos que los míos?, ¿por qué con lapicera azul acá y con roja allá?, ¿por qué no con lápiz?, ¿por qué esta palabra le mereció un círculo? Las intervenciones ajenas nos trazan necesariamente una lectura otra, tan así que hasta nos problematizan la propia. ¿Por qué yo sí subrayo esto?
Al confeccionar su propia serie de dantescas, la autora de Sacrificios humanos nos invita a conversar con los subrayados, a la vez que pone a dialogar a los textos y sus terrores entre sí. De este modo, en más de un sentido y fiel a su género, esta resulta ser una antología sobre la otredad, sobre lo terrorífico de lo Otro inasible que insiste en hallarse en un mundo que no hace lugar a lo no codificado. Citando “El camino angosto” de Liliana Colanzi, décimo cuento del libro, “el mundo de Afuera está hecho de tinieblas […] y quien sale del perímetro es arrastrado por las sombras”.
La composición de esta antología hace entonces un trabajo de develación doble: evidencia, por un lado, la lectura como intrínseco proceso de escritura —el texto cambia según un subrayado o el otro, los cuentos se tornan libro por medio de una lectura que los reunió en un mismo índice— y, por el otro, la experiencia del horror en tanto lengua común que les permite dialogar a mujeres de siglos, países y continentes diferentes.
En Dantescas, ya que eso Otro acecha con frecuencia sobre la superficie misma, Ampuero lee cómo estas autoras descendieron a los infiernos no para recuperar a un amor sino para sublimar sus terrores cotidianos. Citando ahora “El empapelado amarillo” de Charlotte Perkins Gilman, tercera interlocución de la serie: “si se lo mira de otra manera puede verse que están conectadas en diagonal, y la multiplicación de trazos excéntricos forman oleadas oblicuas de espanto óptico, como si fueran una gran extensión de algas marinas sacudidas por la corriente”.
Dantescas. Cuentos de mujeres que descendieron a los infiernos, prólogo, selección y comentarios de María Fernanda Ampuero, ilustraciones de Jules Mamone, Fera, 2024, 240 págs.
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