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El rescate y la publicación de escritoras latinoamericanas marginadas por el sesgo heteropatriarcal de los cánones literarios del siglo XX, podríamos señalar, se ha constituido en empresa de radical importancia, trabajo arqueológico muchas veces asumido por editoriales independientes afinadas en el ejercicio intrincado de exhumación de tales obras. El occiso (1937) es un artefacto al que bien podríamos asignarle el mote de rareza: único libro publicado en vida por la boliviana María Virginia Estenssoro, escritora que ganó inmediatamente la clasificación de excéntrica por el tema que escogiera ese único libro.
Afirmaremos que se trata de un temprano experimento que anticipa la alianza entre varios puntos claves propios de la literatura latinoamericana del presente, ya que combina el modo fantástico, el trabajo casi artesanal de invención de una lengua y la escrupulosa experimentación con la sintaxis.
Los tres relatos aquí reunidos orbitan alrededor del problema de la irrupción del espectro y la serie de desarreglos que le siguen a esa aparición. En el primero, aquel que nombra al volumen, “El occiso”, una voz empieza a hablar desde el plano inconcebible que separa vida y muerte: se trata de un difunto que despierta en el interior de su cajón. La narración advierte también la inminente disolución de su soporte material —es decir, su cuerpo—, a la par que reconoce su lenta transformación en fantasma. Desde el inicio es posible intuir que estamos frente a una escritura que no aspira únicamente al mero relato de un puñado de hechos del orden de lo espeluznante, sino que, además, hace del propio ejercicio de escribir un trabajo cuyo rigor formal excede la norma, la vuelve un delicado laboratorio sintáctico. Basta examinar, por ejemplo, el primer relato, hecho de oraciones cortas, fragmentos que obedecen al ritmo de una respiración entrecortada, la de un muerto que dicta o, como señala oportunamente Liliana Colanzi en el prólogo, que aluden al género propio del versículo bíblico.
Si en el comienzo se despliega una descripción que busca dar cuenta de una mutación perceptual en el proceso de descomposición de un cuerpo que se vuelve espectro, ese punto de vista, en el decir de Rosemary Jackson, paraxial —en su alusión a la estructura espacial que dispone el fantástico para ensombrecer y amenazar el espacio de lo real, lo axial—, se vuelca a la prosa, modela una escritura de la dislocación y lo descoyuntado, lo lleva al límite de lo surreal.
En el segundo relato, “El cascote”, logra corporizarse en una escultura abstracta —similar a una cabeza— motorizada por la invocación del deseo romántico de una mujer que llama a su amante difunto. En el tercero y último, titulado “El hijo que nunca fue”, es el ánima de un abortado —notable vuelta de tuerca— que persigue, desde la muerte, a la protagonista. Género gótico y relato de espectros ensayan en estos tres momentos formas de la suspensión del tiempo y el espacio modernos. Estenssoro propone una literatura del derrumbe de las categorías propias del realismo y dispone, en la estirpe de obras como las de Sara Gallardo, María Luisa Bombal, José Donoso o Elvira Orpheé, estrategias para interrogar la forma en que se escribe.
María Virginia Estenssoro, El occiso, prólogo de Liliana Colanzi, Ninguna Orilla, 2021, 64 págs.
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