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Sin haber escrito una sola novela, incluso oponiéndose a ella, la figura de Borges parece estar en el corazón mismo de la novela contemporánea. Con el simple gesto de abrir la enciclopedia y ponerla sobre la mesa, el argentino parece haber abierto un sinnúmero de posibilidades dentro de un mundo cada vez más asediado por el exceso de información y por aquello que Walter Benjamin llamaba la crisis de la experiencia. Ante la crisis del relato clásico, la novela enciclopédica ofrece nuevas alternativas mediante las cuales reconciliar ese abismo que hoy día se abre entre la información y la experiencia, entre el archivo y el sentido. Eso, al menos, parece sugerir una serie de novelas recientes entre las que se encuentran Leñador (2016) del chileno Mike Wilson, Muerte súbita (2013) del mexicano Álvaro Enrigue, Derrame de petróleo en Lesotho (2016) del costarricense Guillermo Barquero y Las teorías salvajes (2008) de Pola Oloixarac. Novelas enciclopédicas, en las cuales la imitación del archivo sirve para adentrarse en los laberintos del mundo privado. Todo archivo, a fin de cuentas —sugieren estos autores—, remite siempre a un archivo biográfico. Toda enciclopedia narra, en clave íntima, la biografía del enciclopedista.
Es, tal vez, en esta clave como hemos de leer Hermano de hielo, donde la escritora y artista Alicia Kopf compone un relato enciclopédico en torno a la épicas conquistas de los polos y del hielo, en un intento por llegar a entender su épica privada: la novela de aprendizaje que, a modo de muñeca rusa, se esconde tras sus capas enciclopédicas y que nos narra el surgimiento de las ambiciones artísticas de la protagonista en medio de una familia marcada por el divorcio de los padres y el autismo del hermano. La enciclopedia reflejada en el álbum familiar, y el álbum familiar reflejado en las aventuras de aquellos valientes pioneros que lo arriesgaron todo por llegar a plantar bandera en un territorio que a todas luces no los quería. En la épica de aquellos hombres Alicia Kopf ha encontrado una metáfora perfecta desde la cual narrar tanto la conquista de sí misma como la conquista de ese espacio íntimo que desde muy temprano quedó marcado por el autismo de su hermano.
Decía Ricardo Piglia que El discurso del método era la primera novela moderna porque en ella se narraba la pasión de una idea. Género de la megalomanía, la novela abunda en obsesivos. Del Quijote hasta el Capitán Ahab, de Madame Bovary hasta el Coronel Sutpen, su historia es la que trazan los pioneros que habitan esa frágil frontera en que idea y pasión se confunden. En Hermano de hielo, Alicia Kopf se aferra a esta tradición con la ambición de narrar otra de esas conquistas de lo inútil que tanto le gustan a Werner Herzog, la conquista de esa región gélida que se esconde bajo el nombre del arte: “Lo que deseo es hallar una épica, una épica nueva, sin contrincantes ni enemigos, una épica de uno mismo y su idea. Como la de los artistas o los escritores”. El logro de Kopf consiste en narrar todo en voz muy baja, sin los bullicios de las grandes épicas, mientras sobre el horizonte vemos aparecer los contornos de la tierra prometida.
Alicia Kopf, Hermano de hielo, Alpha Decay, 2016, 256 págs.
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