Otra Parte es un buscador de sorpresas de la cultura
más fiable que Google, Instagram, Youtube, Twitter o Spotify.
Lleva veinte años haciendo crítica, no quiere venderte nada y es gratis.
Apoyanos.
Después de la década de 1950, dice Carlos Monsiváis, el muralismo mexicano se traslada a los barrios chicanos de Estados Unidos. El stencil que ilustra la portada de La estación del pantano, de Yuri Herrera —el tirabombas de Banksy transformado en alguien que podemos reconocer como personaje de la novela— podría ser su versión contemporánea. No lleva a México del otro lado de la frontera, sino que transforma lo que está ahí. Más importante: a diferencia del mural, el stencil es diminuto y se hace rápido.
La estación del pantano cuenta la historia del breve período que Benito Juárez pasó en Nueva Orleans entre el 29 de diciembre de 1853 y el 20 de junio de 1855. La experiencia norteamericana es previa a que Juárez fuera la figura clave de la historia mexicana que llegaría a ser —presidente y parte importante en la construcción de la república liberal y en el rechazo a la segunda intervención francesa—; una de esas figuras a las que les corresponden fechas patrias y monumentos. Un stencil no es un mural y la novela no es una biografía monumental del gran hombre de la patria, ni el que cuenta es uno de los períodos que lo definen. En la novela de Herrera, Benito está desterrado, hace amagues más bien tibios de conspiración y su nombre aparece poco. Está tratando de hablar una lengua que no sabe en una ciudad que se llama Nueva Orleans, New Orleans y Bulbancha, para los nativos Houma: “Lugar de las muchas lenguas es lo que significa”.
La estación del pantano es ese lugar, como también lo son el destierro y la literatura latinoamericana. Yuri Herrera, como Juárez, es un mexicano que vive en Nueva Orleans. No hace falta aclarar las diferencias de contexto y condiciones materiales que separan el destierro político de la relocalización académica —el escritor trabaja en la Universidad de Tulane—, pero los dos son un andar entre tierras donde se habla distinto.
Acá bailan en otra lengua, piensa Benito Juárez, usan otra “gramática de los güesos”. La novela aclara siempre en qué idioma se habla, detalla los tanteos para pasar de uno a otro y describe el lenguaje universal de los gestos. Periférica, que viene editando a Herrera desde su primera novela, Trabajos del reino (2004), es parte de esa condición desterrada de la literatura latinoamericana o de Latinoamérica: así como Benito Juárez se va chocando con las “uves” de los españoles, a los lectores argentinos el escritor mexicano nos llega desde España. Él, al menos, logra encontrar un cubano que lo oriente sin intermediarios.
La estación del pantano, según dice el breve texto que presenta la novela, rellena el “hueco” que deja Benito Juárez en su autobiografía. Es ficción especulativa en un sentido diferente al que solemos darle al término. Otros libros de Herrera entran en esa categoría: de manera sutil en La transmigración de los cuerpos (2013) y declaradamente en los cuentos de Diez planetas (2019). En este se trata de otra cosa y de lo mismo: especular sobre el pasado —al que Herrera fue en clave de no ficción en El incendio de la mina El Bordo (2018)— es escribir en presente sobre un tiempo otro y, sobre todo, inventar una lengua para hacerlo: especular, bailar la lengua como el vals en el que Benito encuentra la maravilla de “que no dejara nunca de girar, escalando las paredes”.
Yuri Herrera, La estación del pantano, Periférica, 2022, 192 págs.
El hundimiento de un país deja ruinas y cascotes que tienen nombres propios. En el caso de Venezuela, son los nombres de las mujeres que perdieron a...
El primero de los diez relatos de este libro, “Mal de ojo”, podría funcionar como un perro lazarillo a través de sus historias enhebradas. En él, la...
“Poner en palabras”, nos recuerda Bernard Noël en su Diario de la mirada, “consiste en proyectar el mundo en la intimidad”. Siguiendo esta línea de sentido, este...
Send this to friend