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“Todo gran arte trae consigo la marca de la ligereza”. Así arranca el último libro del colombiano Juan Cárdenas, obra que se despliega siguiendo a rajatabla este dictum. Los cuatro apartados que la conforman (el que da título al libro, “Dos jergas de la autenticidad”, “Alrededor de una crisis de fe” y “Parábola del no retorno”), retoman el arco de los intereses que un lector de Cárdenas reconocerá de inmediato: las preocupaciones formales del arte, las tensiones asociadas a la noción de identidad (extranjería, usos de la lengua) y a la recuperación de la experiencia a través de las múltiples derivas que puede encarar una historia.
En el primero, el lector surfea sobre las olas de la contrapuntística que Cárdenas elige para separar la paja del trigo. Señalando la distancia que hay entre ligereza y frivolidad en las obras maestras, logra dar con esa “oscura ley de la flotabilidad de los cuerpos” que las distingue e inmortaliza: donde hay arte, hay ligereza y Cárdenas la encuentra en las Gymnopédies de Erik Satie, en los ciclos funerarios de Andy Warhol, en El asno de oro de Apuleyo, en el delicado vuelo de las palabras; lo demás (el virtuosismo de George Eliot, la “excesiva pretensión de secularidad” de las artes menores, etcétera) lleva consigo el peso específico de una volubilidad tal que acaba por hundir toda pretensión, todo gesto de trascendencia. La prosecución del texto lo llevará de Giannuzzi a las experiencias alucinógenas y terminará por renovar, con su original óptica, un concepto tomado casi siempre, valga la redundancia, a la ligera.
En los dos siguientes piensa, a partir de textos latinoamericanos como Cien años de soledad y El zorro de arriba y el zorro de abajo, en elementos que eluden el trampantojo más sintomático de nuestros países: la búsqueda de una identidad propia. Por un lado, está el choque entre la idea o noción de “autenticidad” de las supuestas formas puras (e.g. las sociedades atávicas), y el rasgo plebeyo de lo “impuro”, eso que nunca alcanza a consolidar un mito de origen de corte noble (e.g. las sociedades compuestas) y, por el otro, la pérdida de fe en las construcciones que las narrativas del continente se hacen de sí mismas. Aquí figura, también, un nutrido abanico de personajes que discuten en tono dialéctico con los textos citados: Pasolini disparando sobre el “manierismo latinoamericano”; la Moda y la Muerte leopardianas en un trance teatral sobre la crisis de representación; la ruina de las concepciones realistas en los dispositivos narrativos…
En el último apartado de la serie aparece el Cárdenas más testimonial. Consigue contar, en un bucle de su vida madrileña, cómo fue que se convirtió en escritor. Destacan del relato su idílico encuentro con Lorenzo García Vega en un parque y la relevancia que ambos otorgan a los sueños; la forma en que, a través de unos escritos de su abuela, descubrió el origen trágico de su familia, y una experiencia límite en la frontera entre Colombia y Ecuador. Es, si se quiere, un ejemplo de condensación de las premisas que guiaban los apartados anteriores en donde funde, con un solo trazo, la ligereza del arte del recuerdo, el cruce del par “puro/impuro” y el mito de la identidad.
En La ligereza se atestigua cómo Cárdenas se las arregla para enarbolar un prodigio de multiplicación de sí mismo, saliendo siempre airoso de todas las operaciones de riesgo que se había autoimpuesto.
Juan Cárdenas, La ligereza, Periférica, 2024, 136 págs; Sigilo, 2025, 144 págs.
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