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La feliz confusión de los encargados de la sección de libros de unos grandes almacenes, situando el que nos ocupa entre los manuales de crianza, me ha llevado a fantasear sobre las imprevisibles consecuencias de un súbito consumo de literatura entre los demandantes de obviedades, habida cuenta de que Nuria Labari ha recurrido en esta novela a los arquetipos más reconocibles (la pareja es nombrada como Hombre, las hijas se llaman H1 y H2) para narrar sin embargo una historia original y personalísima: quizá de ese extraño modo podría cumplirse la profecía de la propia autora cuando avisa que “cada cosa está en su balda y cada estantería tiene su valor”. Después de un libro centrado en el terrorismo, quizá la progresión obvia no fuera fijarse en la maternidad, a no ser que esta se compare con un cáncer o una cárcel, con una bomba a punto de estallar, a los hijos con crías de serpiente y las palabras maternas con un revólver en la nuca: sobre el mito de concebir, Labari advierte que mito “se escribe con las mismas letras que timo”. Pero tampoco es La mejor madre del mundo una soflama contra la maternidad, y ni siquiera debiera calificarse como manifiesto de género: dedicado “al corazón femenino de todos los hombres”, aquí se sitúa la potestad de procrear muy por encima de cualquier poder político o económico, sobre la que “cualquier conquista social está muy por debajo”.
Ese infinito poder, recuerda Labari, es el que les queda a las criadas de Margaret Atwood, y esta no es la única autora con la que se dialoga en el libro, ya que literalmente entabla conversación con Grace Paley, Carmen Laforet o Ursula K. Le Guin, cita los apegos feroces de Vivian Gornick, se mira en el espejo de Simone de Beauvoir, o busca en cualquier parte la habitación propia de Virginia Woolf, lo que viene a confirmar que ya se llame autobiografía, autoficción o autoayuda, cualquier intento de relatar la experiencia de ser mujer será feminista o no será: “Soy mujer, soy madre, no puedo tener hijos, escribo”. Y en este libro, escrito desde las entrañas, la autora se abre en canal de un modo en que no lo podría hacer ni el Manuel Vilas desnudo de Ordesa (2018) ni cualquier otro hombre que no haya llevado pezoneras. A pesar de coincidir en las librerías con obras de parecido propósito como Quién quiere ser madre (2017), de Silvia Nanclares, sus desarrollos respectivos difieren tanto como sus existencias, únicas y distintas.
A lo largo del relato, Labari va poniéndose en la piel de todas las mujeres, desde la Eva que muerde la manzana hasta la homínida Lucy, y llega a vestirse con los ropajes de las protagonistas de esos cuentos infantiles (a veces es princesa, a veces bruja) que perpetúan la herencia recibida. Dispuesto como una colección de monólogos, cada uno con un tema dominante, se plantea un amplio abanico de asuntos que incluyen el éxito laboral, la prostitución, la gestación subrogada o el aborto; acierta la autora en abordar su experiencia desde esa mixtura de ensayo y crónica pegada a lo cotidiano, porque todas sus dudas y contradicciones, todos sus temores y anhelos, consiguen que el discurso que va articulando resulte mucho más real y humano que cualquier filípica reivindicativa. Como toda buena literatura, La mejor madre del mundo está llena de imágenes hermosas y terribles, pero el miedo y la desazón de enfrentarse con la vida no descartan ni la felicidad ni el deseo.
Nuria Labari, La mejor madre del mundo, Literatura Random House, 2019, 224 págs.
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