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"I am I because my little dog knows me", escribió Gertrude Stein en The Geographical History Of America (1937). "Yo soy yo porque mi perrito me re/conoce": la sentencia esconde en su sencillez una honda reflexión sobre los límites de la identidad. Definirse exige acudir al otro para confirmar lo propio; uno es en relación y en diferencia del otro. Pero también, al menos en lo que a Stein y al perrito les concierne, uno es en tanto domina sobre el otro, en tanto somete y se deja someter. Es justamente en los límites de este triángulo de dominación donde se mueve la más reciente novela de la escritora colombiana Pilar Quintana (Cali, 1972). Una historia colmada de violencias que se ejercen desde el cuerpo y sus vísceras; pero también desde la naturaleza, desde la supremacía del paisaje sobre los anhelos humanos.
Damaris, una mujer negra entrada en la cuarentena ("la edad en que las hembras se secan"), acoge a una perra recién nacida cuya madre ha sido envenenada por los pescadores del pueblo, un arenal del Pacífico colombiano encerrado entre los excesos de la selva y el mar. La llegada del cachorro cristaliza un deseo no cumplido en la mujer y su pareja. Los intentos fallidos de concebir un hijo y con ello, contrarrestar no sólo su apetito maternal sino las recriminaciones de las otras mujeres de la aldea. Ni las hierbas, ni los sobadores, ni los rezos, ni los ungüentos, ni los baños han conseguido volver fértil el vientre yermo de Damaris. La mujer se entrega entonces a la llegada del cachorro como si recibiera una anunciación divina. "La llamaré Chirli, como a la hija que nunca tuve", dice fascinada ya por ese ser indefenso que se guarece en su seno.
"Durante el día Damaris llevaba a la perra metida en el brasier, entre sus tetas blandas y generosas, para mantenerla calientica. Por las noches la dejaba en la caja de cartón […] con la camiseta que había usado ese día para que no extrañara su olor". A pesar de la censura de sus allegados, la mujer colmará de cuidados al cachorro, que poco a poco irá ganando envergadura. Pero cuando cree haber saciado mediante su abnegación las necesidades del animal, la perra huye. Ganar el amor del amo es, en cierta medida, ganar la libertad. Damaris se resistirá a la pérdida: machete en mano se adentra en la selva y cruza sin temor las fronteras del terreno que encarcelan su casa. Fracasará en la búsqueda: el animal se habrá marchado dejando atrás el cobijo familiar. "Frente a ella sólo quedó la selva, tranquila como una bestia que acabara de tragarse a su presa".
La naturaleza es concebida aquí como un ser salvaje que devora y a la vez encandila. La perra, que sucumbió a la atracción de la espesura, será devuelta al llano. Como un hijo pródigo regresará a casa, mas la casa ya no será la misma. El regreso igualará a los dos seres. Porque si en un principio la ausencia le permite a la mujer autoafirmarse: la perra es suya, le pertenece y sin su amparo es sólo un ser desvalido y en peligro de muerte, en la huida el animal habrá descubierto las recompensas de la libertad y nunca volverá a ser doméstico. "La que antes había sido su aliada ahora cometía en su contra la traición más grande". Quintana construye a partir de este reflejo uno de los textos más acertados y sutiles de la literatura reciente sobre lo materno. La disputa es otra vez por la identidad y se libra en el centro de los cuerpos: en el seno, en la matriz y en las entrañas.
El llamado de lo salvaje planea en todo momento sobre el relato; no es casual entonces que El libro de la selva aparezca en más de una ocasión a manera de intertexto. La novela hace pensar también en ciertos pasajes de la dialéctica del amo y el esclavo de Hegel: "El hombre y el mundo forman una unidad; no porque el mundo sea espíritu, sino porque el hombre es naturaleza", escribe el filósofo alemán. Hacia allí se dirige el relato de Quintana. Tal vez la huida de la perra no hace otra cosa que trazar una camino que la mujer no había visto hasta el momento; liberarse del deseo que es atadura, emanciparse del anhelo que no sólo domestica, sino también somete. La alternativa es, parece desvelarnos la perra, ser libre con todas las consecuencias que exponerse a los estragos del mundo tiene para los seres indefensos.
Pilar Quintana, La perra, Literatura Random House, 2019, 112 págs.
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