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La crónica es una forma literaria de frontera. Por eso los territorios limítrofes y las zonas ambiguas son tan dados a protagonizar buenos textos de literatura documental. Los catorce de este libro se ubican geográficamente entre Cataluña y Aragón, a tiro de piedra del desierto de los Monegros, un paisaje que los barceloneses y los madrileños sólo conocemos a través de la ventana del AVE, pero que para los personajes de este libro era el único lugar al que se podía huir. De esas comarcas, las del Baix Cinca y Segrià, proviene Francesc Serés, que en su obra de ficción realista compite en ambición con los mejores autores de la generación anterior (Jesús Moncada, Julià de Jódar, Baltasar Porcel), y cuya obra de no ficción ha llegado para demostrar que es posible el cultivo de la crónica literaria al margen de los circuitos del periodismo.
El viajero regresa a casa para encontrarse con un panorama radicalmente distinto del de su infancia y juventud. Tanto los discotequeros de polígono como los más ancianos del lugar comparten la certeza de que sus pueblos han cambiado de dimensión. Ahora todos conviven con personas procedentes de Rumanía, Ucrania, Camerún, China, Mali o la India. Personas que han cambiado los modos del trabajo y del comercio, que se han involucrado emocionalmente con los lugareños, que les han hecho soñar incluso con nuevas formas de familia. Explorando el origen, indagando en lo local, Serés dibuja un gran panorama de lo global. Porque este libro demuestra que para retratar la globalización del siglo XXI no hace falta dar la vuelta al mundo, con darse una vuelta por cualquier rincón es más que suficiente. Como dice el antropólogo James Clifford en el prólogo de Itinerarios transculturales, en la posmodernidad “la aldea rural y tradicional” debe ser vista como “sala de tránsito”. Licenciado en Antropología y en Bellas Artes, Serés aplica su mirada humanista, a un mismo tiempo distanciada y cercana, a una comunidad en transformación y convierte el testimonio en gran literatura.
El autor utiliza la fotografía, sin la ambigüedad de Sebald, para que el documental sea todavía más documento. Todas las imágenes comparten la misma familiaridad iconográfica: la edificación provisional o abandonada, la naturaleza humana muerta. En el ecuador del libro encontramos la pieza “Pequeño manual de interiorismo y de arquitectura efímera”, que está compuesta exclusivamente por fotografías en blanco y negro de chabolas y campamentos improvisados. Tal vez sea el relato más elocuente de todos los reunidos en un volumen de altísima elocuencia. Porque es mirada desnuda y silencio. Está en el centro porque la intemperie es el tema medular que recorre La piel de la frontera. Nuestra íntima precariedad.
Francesc Serés, La piel de la frontera, traducción de Nicole d’Amonville Alegría, Acantilado, 2016, 336 págs.
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