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Cuando se abre una colección de poemas, lo que se abre, diría que casi sin excepciones, es un muestrario íntimo de sonidos, una forma de entender y percibir la música del mundo. Basta con entrar al libro de Óscar Hahn para comprobar esta teoría robada y hecha sobre la marcha. El sonido de la lluvia, el ruido que hace la vajilla, el quejido de una mecedora, la música de esas cosas que persiste aun cuando nadie esté poniendo la mesa, nadie se esté meciendo y ni siquiera esté lloviendo. Esto último nos pone en conocimiento de que no se trata sólo de los sonidos; el poeta va un poco más allá y con eso teje otro de los nudos de este libro: el sonido se hace con lo que no está, con la ausencia, con lo no dicho; la música se ejecuta aunque no haya instrumentos.
Por otro lado y en paralelo, los poemas de Hahn van despuntando algo que, si quisiéramos ponernos clasificadores, podríamos decir que se acerca a la ciencia ficción. Hay poemas que especulan sobre el futuro, sobre viajes en el tiempo, sobre la posibilidad de otros mundos y otras temporalidades, sobre una sociedad de mutantes surgida de la radiación nuclear (en ese futuro, dios es un hongo nuclear); hay poemas que indagan sobre qué es lo humano, cuáles son sus límites, cómo se configura una posible humanidad, qué condiciones histórico-políticas la producen, cómo son los cuerpos; y, finalmente, hay poemas que parecen escenificar el instante previo o posterior a una catástrofe. Todo esto sin explicar, sin exponer, sin construir un panfleto: Hahn imagina, juega, propone escenarios posibles que se deshacen no bien el poema se suspende.
Y así como casi todos los libros de poemas hablan —de una u otra manera— del sonido, casi nunca pueden dejar de hablar del paso del tiempo y, consecuentemente, de la muerte. Con estas reflexiones se abriría otra de las caras de La primera oscuridad: algo que podríamos llamar poemas de vocación reflexiva. En estos textos, Hahn indaga con delicadeza y humor, como si estuviera hablando siempre de otra cosa, tópicos que el poema ha ido haciendo propios a fuerza de imprimir dislocaciones en la tradición: el cambio y la permanencia, lo inacabado del borrador que somos, lo otro, lo real, el misterio de lo que no se puede nombrar, lo que se muere si se nombra, el final (de la vida, del amor, del mundo), los lugares desconocidos que se construyen en la pregunta, lo sagrado y lo profano, el doble y un largo etcétera que podría renovarse con cada relectura del libro. Pero lo más importante en poesía nunca son los temas, sino la manera, el tono, cierta picardía a la hora de pervertir el hueso solemne de la lengua; esto Hahn lo sabe y construye textos hábiles que piensan por fuera de los binarismos, punzan la multiplicidad y juegan el partido de las contradicciones.
La síntesis de este libro estaría hecha de sonido, mutantes y varios tópicos expropiados por la poesía a la solemnidad; además de huecos, espacios vacíos para que los lectores hagan equilibrio. Ya terminando, releo lo que escribí en el segundo párrafo y me pregunto qué poema no especula sobre el fututo, qué poema no está hablando siempre sobre lo otro, qué poema no está ocupado en revelar cuáles son los límites de lo humano, o no tiene la certeza de que empieza para hacerse polvo. Entonces le consulto a alguien imaginario… ¿Será que todos los poemas son de ciencia ficción?
Óscar Hahn, La primera oscuridad, Fondo de Cultura Económica, 2021, 96 págs.
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