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El cuento que abre y da nombre a este primer libro del uruguayo Sebastián Miguez Conde es “La raíz de la furia”. Pero, además, esa palabra —“furia”— bulle de forma reiterada en todos los relatos. La furia es el efecto desbordado de una pasión —la ira (uno de los pecados capitales)—, y Miguez Conde alterna con la opción “rabia” para nombrarla. En estas instancias, a la carga violenta se le suman los ecos arltianos que agregan bronca y melancolía, pero también distancia y frialdad. Y es que el barro desde donde surgen estas historias es la tristeza, que abruma de soledad las vidas de sus personajes.
Entonces, en “La raíz de la furia”, un stripper cuenta su pasado de aventuras pornográficas en Buenos Aires y su posterior regreso a Montevideo; en el excelente “Las mujeres del diablo”, un adulto recuerda la cólera de una maestra que lo obligaba a defenderse utilizando una superstición rural; en “Crueldad animal”, una anciana suma venganzas a las que viene produciendo desde su niñez; en “Piedad para enseñarnos”, dos amigos resisten la irritación de la esposa de uno de ellos conteniéndose mutuamente; y en “Ángel del claustro”, un barman deambula entre asesinos sin registrar su propia complicidad.
El furor, la hybris, ese exceso siempre dramático, tenía en el universo mitológico un costado positivo: las Erinias (las Furias en Roma) aparecían para proteger con sus venganzas al Cosmos del caos que alguien había producido y así devolverlo al Orden. Por eso, estos cuentos llegan a un clímax frenético que luego se desgrana sobre las consecuencias que dejó el episodio; el narrador nos cuenta la anécdota rabiosa y su futuro, cuando la pasión se diluyó y el orden fue restablecido. Es decir, no se narra desde la pasión sino desde la razón, porque sólo la distancia permite la escritura, pero sólo la furia posibilita que exista algo para contar.
Entre soledad, pobreza y marginalidad —los strippers que viven en una pensión, los chicos que sostienen a la madre que trabaja dieciséis horas por día, la anciana que vive sola en el medio de una ruta, los amigos que se crían en una villa—, la rabia es patrimonio de todos, y todos la experimentan en estos cuentos en los que siempre hay algo que se acumula para luego explotar, aun en los personajes más entrañables —Plinio/Piedad— que pasan de un cuento a otro.
La raíz de la furia es un libro programático y el cuento que le da título funciona como su arte poética. Allí, un escritor consagrado busca al escritor aficionado —el stripper moribundo— para encontrar eso que percibe le falta a su propio cuento: “—¡¿Qué le falta?! —pregunta, ruega. —¡Furia! ¡Le falta furia y realidad!”. Como si Miguez Conde se hubiera preguntado y respondido a sí mismo este interrogante, en La raíz de la furia esa pasión está presente para encontrar las zonas oscuras de la sociedad no sólo en lugares previsibles como los antros de la noche, sino también en las familias o en la soledad del campo. Porque, en definitiva, la violencia no es un problema de seguridad, sino fruto de los secretos y miserias que todos llevamos guardados.
Sebastián Miguez Conde, La raíz de la furia, Criatura Editora, 2016, 120 págs.
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