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En el tránsito entre Las Yeguas del Apocalipsis, ese proyecto de performance y arte contemporáneo que Pedro Lemebel compartió con Francisco Casas en los años ochenta, y los libros que comenzó a firmar Lemebel en su segunda vida artística, la de escritor, hubo una casi-performance que no se acostumbra a citar en las cronologías del autor de Loco afán. Un día le dio un beso en la boca a Gabriel García Márquez. Y otro día, a Joan Manuel Serrat: “Yo creo que fue una traición al conquistador, porque él era español, es un beso de la india, fíjate, un beso con SIDA, de-volver el SIDA”. Su intención era seguir con Fidel Castro y con Ricardo Lagos, pero me temo que la escritura en serio interrumpió la serie lúdico-política-pura-improvisación.
Esos besos robados son mencionados en varias de las primeras entrevistas, las de los años noventa, que ha recopilado Gonzalo León en este Lemebel oral. Podrían actuar como mito de origen del escritor que forja su estilo personalísimo mezclando la literatura, la canción popular y la calle, si no fuera porque el escritor se crió en el Zanjón de la Aguada: “son perros muertos, es basura, es donde yo nací”. El mito de origen definitivo es, al mismo tiempo, una crudísima realidad autobiográfica que aparece en varios momentos del libro.
Se puede leer como una autobiografía sentimental. Y como una lucha continuada por el reconocimiento de las sexualidades múltiples y de la diferencia. Y como un autorretrato político. Y como un testimonio tanto de Chile como de la literatura hispanoamericana (de Roberto Bolaño a Carlos Monsiváis). Pero a mí me ha interesado particularmente cómo evoluciona el discurso de Lemebel acerca del género que inventó, esa crónica desquiciada, barroca y sensual con que narró su cuerpo, su ciudad y su país durante un cuarto de siglo.
En los primeros años la llama “neocrónica”. Cita a Deleuze y a Susana Rotker: aunque no fuera un lector académico, siempre acompañó sus investigaciones artísticas con apoyo teórico. Describe su estilo en varias entrevistas, pues le preguntan a menudo por el tema; pero la mejor definición llega con el nuevo siglo: “Es una mezcla de estilos, un género bastardo, un pastiche de la canción popular, la biografía, el testimonio, la entrevista, las voces y los susurros de la calle. Con esos materiales, literarios o no, me muevo”.
En una época en que las entrevistas a escritores muertos siguen vivas en Youtube, los procesos de canonización de la literatura latinoamericana del cambio del siglo XX al XXI están incorporando libros de memoria oral. O al menos, tras el precedente de Bolaño por sí mismo, que Andrés Braithwaite editó para la Universidad Diego Portales en 2006, lo está haciendo sobre todo la editorial Mansalva, que bajo la batuta del incombustible Francisco Garamona se ha convertido en un inesperado agente canonizador. Antes que el volumen que he comentado, el sello de Buenos Aires publicó otros dos libros importantes para entender la mejor literatura del Cono Sur: Fogwill, una memoria coral, de Patricio Zunini, y Mario Levrero. Un silencio menos, compilado por Elvio E. Gandolfo.
A ver si él u otro editor con una misión similar impulsa la recolección de los recuerdos que atesoran los alumnos de Ricardo Piglia que asistieron a sus clases en Princeton, porque en su afán de controlar su propia recepción, el autor de Respiración artificial ya editó las entrevistas que le hicieron en Crítica y ficción, treinta años antes de su muerte.
Gonzalo León (ed.), Lemebel oral. Veinte años de entrevistas. 1994-2014, Mansalva, 2018, 240 págs.
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