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Litoral central

Diego Alfaro Palma

LITERATURA IBEROAMERICANA

¿Cómo estar al mismo tiempo al borde y en el centro? Eso parecen preguntarse los poemas de Litoral central, y la respuesta la arrojan los temblores de la tierra y el dinamismo de las aguas que van generándose en las tres partes que forman este libro de Diego Alfaro Palma. En la primera, “Vaguada costera”, lo que insiste es lo que no está quieto, lo que se mueve y lo que cambia de forma, porque —como se lee en el poema “El Bauen”— “nada es posible de ser asegurado en torno a las corrientes que nos envuelven”. Algunas veces porque algo nos arrasa y nos deja con “la agitación de caballos que han perdido su redil”; otras, porque prevalecen los movimientos mínimos como los de esa avenida “curvada por los temblores que no sentimos”, o los de “Búfalo 66”, donde “la forma en que se mueven las ciudades crea espacios para los desencuentros”. Siempre con la certeza de las mutaciones, de las fluctuaciones; con la variabilidad de los estados del mar y con la independencia de las unidades que alguna vez admiró Harold Bloom y que ahora resuena en poemas como “Rutas navieras”: “Barcos TU 6300 acarrean fragmentos a ser ensamblados en otro lugar / nos vamos moviendo de un cuerpo a otro a la espera de esa misma / forma”. Como el agua: con su igualdad democrática (“nuestras ideas esparcidas siguiendo la forma de una medusa sobre la arena”), con la inquietud de las olas visitando todos los puntos de este litoral.

Mutaciones, variaciones, que también tienen lugar en la búsqueda de una forma: “hasta que encontramos una voz para decir lo que falta”, parece confiarnos Alfaro Palma. Y tal vez por eso escuchamos en su escritura algo que genera extrañeza, algo del orden del fraseo, como si se guiara por un ritmo que suena más fuerte que cualquier puntuación, porque se busca algo que no está fijado de antemano, y menos aún subordinado a una gramática o a una lengua: “te digo hay robles peumos y boldos para regenerar la tierra / y una flor de azar me respondes una flor de azar una flor de azar / y me calmo”. El autor escribe con soltura, pero con intensidad. El lenguaje es como un campo de flores cuyas semillas se esparcieron y florecen, no importan los límites que se le impongan: “tengo todas estas semillas brotando en mis bolsillos hagamos un almácigo esa palabra suena bien / a qué hora llegas yo estoy aquí con la novelita lumpen no queriendo pasar las páginas”.

En la segunda parte, el extenso poema que da título al libro funciona como centro sobre el que gravitan los demás. Alfaro Palma escribe sobre una ciudad con mar: libres e inmensos, ese mar y su escritura dibujan “una línea por donde un equilibrista se desplaza”. Una vez más, todo es móvil, inasible, porque se transforma, se corre de lugar (“amor sólo con tocarnos desapareces”). Incluso los interlocutores se vuelven múltiples: tú indefinido, amor, estrella de mar, mujer… Litoral central nos habla de una ciudad costera, pero también nos lleva a cualquier otra, porque hay un momento de la lectura en el que empieza a escribirse en nuestra mente un poema a esas ciudades con mar en las que vivimos o que visitamos. En Quintay, en Japón o en el interior de una ballena, Alfaro Palma nos convierte en esas criaturas que “trituran sus formas en la orilla”.

En “Coda” o “Los sueños de los sueños de Kurosawa”, la tercera parte, lo onírico da lugar a conexiones con un mundo sobrenatural: el mundo de los muertos y de su lenguaje, que la poesía quiere traducir. Variaciones, mutaciones que —al modo de los sueños— nos ofrecen perspectivas desde las que todo sueña (el agua, los perros, las sombras y hasta Raúl Zurita o Charles Wright). La voz poética insiste en una imposibilidad de traducir, de decir la falta, pero al terminar el libro y recomenzarlo se lo lee como si se conociera una lengua nueva, como si los poemas operaran alguna extraña forma de traducción, acaso a la lengua de lo que está vivo.

 

Diego Alfaro Palma, Litoral central, Audisea, 2017, 68 págs.

24 May, 2018
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