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Hay géneros que parecen traer incorporada su propia moralidad o, por lo menos, una disposición del ánimo que los hace posibles. En 1938, dos amigos –Joe Siegel y Jerry Shuster, inmigrantes judíos pobres cuando Estados Unidos salía de la Depresión para entrar en la Guerra– consiguieron que un editor publicara una historia de Superman: inventaron el género de superhéroes que, desde aquellos años inaugurales, parece ligado a las angustias, los deseos de autoafirmación y la fe en el futuro de esos dos adolescentes.
En “Superman: una nueva aventura autobiográfica de Joni b”, el primero de los cuatro relatos que componen Maldito planeta azul, podemos leer la imposibilidad de esa esperanza propia del género. Joni b y sus amigos son Superman, Lois Lane, Lex Luthor, Spiderman, Linterna Verde. Son ellos, no se trata de una metáfora, tienen superpoderes capaces de poner en jaque a un gobierno, sin dejar por eso de ser jóvenes desencantados: la cerveza, la desidia y la expectativa de un recital de los Pixies tienen el mismo peso que la kriptonita a la hora de dejarlos inmóviles. Además de superhéroes, los personajes son miembros de una célula revolucionaria y encaran la revolución con la misma falta de expectativas que el heroísmo. Estos superhéroes denuncian un plan de dominación de Estados Unidos junto con el gobierno de Colombia, pero incluyen una play station entre sus exigencias. La revolución, parece decirnos Joni b, exige el mismo esfuerzo y la misma esperanza que el modelo de heroísmo nacido en el corazón del capital.
La otra de las historias largas del libro, “Los evasores”, elige otro género para utilizarlo con el mismo espíritu. En este caso se trata de unos amigos que salen a buscar fiestas en un mundo plagado de zombis que a nadie parecen interesarle demasiado. El amor es tan leve como todos los otros sentimientos: los amigos de Joni pueden convertirse en zombis, pero él sólo va a intentar suicidarse en una secuencia muda cuando descubra que se quedó sin cigarrillos.
La melancolía tiñe este libro, a pesar de la juventud de su autor y de sus personajes. ¿Se añora la época en que los géneros cumplían en plenitud su función social? En cualquier caso, la melancolía es siempre un sentimiento contradictorio: la inacción de los personajes no es del todo la inacción de un autor que ha hecho un libro, ese objeto real que además “autoriza su reproducción por cualquier medio”, en lugar de entregarse a la locura paranoica que nos infligen las notas de copyright de las grandes editoriales. Se trata de un heroísmo leve pero bello, como el de estos relatos.
Joni b, Maldito planeta azul, Periférica, 2012, 128 págs.
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