LITERATURA IBEROAMERICANA

No cabe duda de que Patria, además de ser programáticamente la gran novela sobre el conflicto vasco, es también una gran novela sobre la corrección política. Es una gran novela porque fue escrita para serlo y lo consiguió, entendiendo “gran novela”, claro, como un género literario, o mejor aún, como un producto editorial. Algo tiene Patria de saga familiar, aunque tampoco brinda mucho espacio a los abuelos, quizás porque esto habría significado ahondar en las causas o en los orígenes del conflicto vasco. Los capítulos en que se estructura la novela, breves y rápidos, parecen pensados para la serie que ya se está filmando. El lenguaje es ágil y eficiente: no se descarta el flirteo con el lugar común, y se brinda generoso espacio a los giros lingüísticos vascos (siempre en cursiva, no vaya a creerse que el autor escribe como vasco; basta con mostrar que conoce este dialecto) y a términos euskeras (no tantos como para complicar la comprensión, pero suficientes para brindar pintoresquismo). Algunos personajes son complejos, conmovedoramente contradictorios (sobre todo las mujeres), mientras que otros son inevitablemente estereotípicos, aunque es verdad que un terrorista de ETA y una víctima de terrorismo (casi) fatalmente serán, ante todo, un terrorista de ETA y una víctima de terrorismo. La narración, en la que predomina la tercera persona, permite el quiebre del discurso indirecto libre, e incluso de la primera persona, lo que la acerca en algunos puntos al monólogo interior, sin que en ningún punto esto dificulte la lectura; antes bien, aporta un toque de vanguardismo. Y la trama, que gira en torno de un atentado etarra, se gana con creces el manido y anhelado adjetivo de hipnótica y sirve, por supuesto, para representar la historia oficial del conflicto vasco.

Es aquí donde aparece en escena la mencionada corrección política, que no es en sí una virtud ni un defecto. Simplemente, Aramburu escribe con la convicción de que la literatura sirve para algo, ya sea para sellar la “derrota literaria” de ETA, para simbolizar la reconciliación de un pueblo dividido por una guerra absurda o para novelar la versión oficial del conflicto. Las dos familias protagonistas, inevitablemente, están peleadas a muerte, y no hace falta aclarar que, con sus excepciones de rigor, una es proetarra y la otra, si bien no españolista, sí apolítica (curiosa contraposición y llamado a la mesura). Contra lo que el mismo Aramburu ha declarado, no es la primera vez que se trata literariamente “la cosa” (ETA, como la llama Iban Zaldúa en su indispensable Ese idioma raro y poderoso. Once decisiones cruciales que un escritor vasco está obligado a tomar, y que Aramburu tomó con plena conciencia), pero sí la primera en que se hace tan ambiciosamente y de manera menos incómoda que como lo han hecho en vasco Ramon Saizarbitoria o Jokin Muñoz.

Patria era una novela necesaria; necesaria para los cientos de miles de lectores que ha tenido y que buscaban un relato frente al relato establecido sobre el conflicto, que burdamente puede resumirse así: un grupo de asesinos descerebrados se inventa una guerra donde todo era paz. Más que para entender, para denunciar o para cuestionar, esta inmensa novela parece escrita para confirmar; por ello, mientras su verdad siga siendo la verdad (y muy probablemente lo sea), con toda justicia, Patria perdurará quién sabe si en la literatura, pero desde luego sí como la ficción de la verdad histórica del conflicto vasco.

 

Fernando Aramburu, Patria, Tusquets, 2016, 648 págs.

18 May, 2017
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