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Estos treinta y tres poemas de entre 2010 y 2019, seleccionados por Ezequiel Zaidenwerg, son una espléndida introducción a una de las obras más salientes de la poesía mexicana actual. Organizada según la fecha de publicación de los libros ―Sobrenaturaleza (2010), Realidad & Deseo Producciones (2012), Hasta aquí (2014) y La documentación de los procesos (2019)― más una sección de inéditos, la antología vuelve asequibles los movimientos de marea de un trabajo y permite distinguir con claridad distintas zonas formales y temáticas.
No obstante esta diversidad, podría decirse que la obra poética de Hernán Bravo Varela provoca en el lector la sensación de estar ante un medusario. En sus poemas las palabras parecen flotar en el idioma como flores acuáticas cuyas raíces se encuentran muy lejanas de su balanceo; y, sin embargo, si el lazo nutriente no se pierde ni se esconde en procedimientos forzados, es gracias al velamen que iza la luminosidad encontrada por el verso. Así, el ancla del español queda marcando el ritmo y el espacio de la deriva, aunque sin poder conocer con certeza su ubicación.
Este rasgo no sólo implica una desviación sonora fruto de la entrega de las sílabas a la melodía, sino también un desplazamiento de significados por desenfoques o lateralizaciones del referente. Leamos: “En cuanto a ti, el desierto. / Suelta la música, / ábrete la carencia, / dolor, la duna franca; / cansado de pensar / lo húmedo y lo seco, / separados; / la playa o la creación / y tu cabeza. / ¿No escuchas / las reverberaciones, / la bilis en el blanco / por obra de la luz / o de su espectro / que no alcanzas / porque lo de la abuela / no se toca? / Pues sí, lo que parece / un vómito / común, tu soledumbre, / su nana por la noche / del lavabo / —así de blanca y doble / tu desaparición, / así / de inútilmente puros / cráneo y hemisferios / que a fuerza de pensar / te brillan fuera—, / tan sólo fue / tu propio llamamiento. / En cuanto a ti, / que confundes / escala y escalera, / lo único / posible es el comienzo” (“Resaca”).
En esa resaca, que propulsa a la voz hacia el descubrimiento de otro costado de su existencia (a partir de la desorientación de la conciencia y, por ende, de la palabra), es donde abreva mayormente la poética de Bravo Varela. Similares hallazgos se dan en piezas como “Chillida” y “Fuimos perdiendo…”, en que la turbiedad biselada de la escena deja a la lengua sometida a una materialidad de élitro, de alita de mosca, de viscosidad sonorizada.
Como contrapartida, en el texto (“club náutico a cien metros”), la mirada se vuelve hiperrealista, aunque cinematográfica, y nos coloca ante una escena donde la voz, a través de sutilísimos montajes —sobre todo mediante la anáfora—, fragmenta el mundo describiéndolo hasta que su recorte sea tan filoso como para rasgar la percepción: “El caballo amarrado junto al río; / el caballo amarrado al poste de una cancha / de vólibol, la hierba / hasta las patas; el caballo junto / al río es una yegua que pasta con su celo / de macho en la basura. // Relincharía el caballo, / mostraría su crin y se alzaría sobre / pañales sucios, cáscaras, pieles de papaya / y un balón desinflado; luciría un sudor / blanco y espeso; / relincharía, pero es un caballo / que pasta en la basura. // Sería un semental, pero tan sólo agacha / la cabeza. Da coces porque el río / sería un corcel, pero nunca hace olas; / porque, pudiendo ser los dos caballos, / uno es un río y otro está amarrado”. Notemos que, si bien el uso del condicional ya anticipa una inflexión de la voz en la descripción fílmica, sólo al final aparece su poder imaginativo, con la suficiente delicadeza como para no entorpecer el contacto entre las imágenes, que llegarán a confundirse en su imposibilidad pindárica de llegar a ser lo que son: caballo y río.
Así se llega a “Cernícalo”, un poema clave, musical y hermenéuticamente hablando, en el que, de la conjunción de mirada, biografía y rebeldía lingüística, nace la irresoluble sonoridad del decir: “CERNÍCALO, me decían de jabato; / foca también, lobo marino, pero hijo, / hijo de Norma y José Antonio… // Hablemos / de cómo se hacen las familias: / del priapismo de los agapandos, / del riego por aspersión, de las monografías / del cuerpo humano para recortar. // Nunca / me llamé animal porque, arriba, / todo era un planeta rojo / y yo no alcanzaba. / Tuve que posarme en el cetrero, / aplaudir el iceberg que se derrite; / hijo sumergido, padres / que, en la noche adulta, salen a flote”.
Finalmente, y como enuncia este último poema, en la poesía de Bravo Varela hay un reflote de la espumosa franja de la lengua que abrió entre nosotros Trilce. El candor doméstico del verso “Aguedita, Nativa, Miguel” pervive en la soltura de líneas como “me decían de jabato” o “cuerpo humano para recortar”. Es el misterio siempre insondable de lo íntimo que, una vez discernido el tono con el que será elevado a la corriente del lenguaje, conforma un área de extrañamiento y secreto encantadora (en términos mágicos) en los fríos y solitarios pasillos de la lengua palaciega.
Hernán Bravo Varela, Porque no sé empezar. 33 poemas 2010-2019, selección y prólogo de Ezequiel Zaidenwerg, Bajo la Luna, 2019, 82 págs.
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