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Será mañana, la primera novela del mexicano Federico Guzmán Rubio, parte de una premisa tan clara como excéntrica: la idea de un hombre inmortal cuyo don depende exclusivamente de que haga o no la revolución. Durante cien años, Barrunte se mantuvo joven y saludable, desconociendo el significado del dolor físico, regenerando sus heridas de guerra en un suspiro, porque allí donde hubo revolución —llámese Cuba, El Salvador, Argentina, Vietnam o Sudáfrica— estuvo él, como una especie de Zelig en clave guerrillera. Pero Guzmán Rubio elige no contar la historia de forma lineal y ubica como punto de partida el regreso de Barrunte a Madrid, “la mejor ciudad del mundo para perder”, en los tiempos de la última crisis. Es el viaje inverso del propio autor, quien luego de vivir una larga temporada en la capital española volvió a radicarse en su México natal; dato que hace que por momentos resulte imposible no leer la novela como un ajuste de cuentas con la ciudad que lo albergó durante años.
En Será mañana leemos menos el relato de la revolución que el de su imposibilidad. Una vez terminado el siglo de las revoluciones sangrientas —en las cuales era imprescindible poner el cuerpo—, una vez instalados en plena era tecnológica y virtual, ¿qué sucede con el extraño don de Barrunte? En ausencia de guerra, este hombre centenario deambula por una Madrid adormecida y, mientras se infla de cervezas y tapas en cada bar que encuentra a su paso, va descubriendo por primera vez los signos del deterioro físico, las señales fisiológicas de la mortalidad: la resaca, el dolor de estómago, el acné, las arrugas. Desde el inicio la novela, más que narrar la historia de Barrunte —a la cual accedemos de forma gradual—, instala su propia lógica, establece su pacto de lectura. En un mundo que parece haber perdido los ideales de antaño, Barrunte vaga extraviado en un presente que no comprende. Ante este estado de cosas, suerte de Bartleby contemporáneo, optará por la procrastinación, por dejar los planes revolucionarios para otro día: de ahí el mañana al que alude el título. Y, ante la falta de futuro, sólo queda entonces la indagación del pasado. Así ingresan al texto fragmentos dispersos de la autobiografía caprichosa que va escribiendo Barrunte, cuyo estilo —recargado, barroco, latinoamericano— contrasta con la limpidez del relato del presente europeo. Y así conocemos las circunstancias de su nacimiento en medio de la Revolución Mexicana y algunas de sus hilarantes misiones, que incluyen un duelo entre el sable láser de Star Wars y la espada de Bolívar, o la fundación de una revista primero proletaria y luego erótica. Tiempo desperdiciado mientras Barrunte camina hacia su inevitable final. Porque Será mañana es ante todo una novela sobre el cuerpo y sobre un mundo que cada vez más prescinde de él. “Estar sano significa no sentir el cuerpo”, escribe Guzmán Rubio, quien prefiere la farsa, el tono satírico, a cualquier atisbo de solemnidad y lleva al paroxismo los estatutos que en los años gloriosos de Barrunte había fundado el realismo mágico.
Federico Guzmán Rubio, Será mañana, Momofuku, 2015, 298 págs.
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