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“Mi primer objetivo fue desde el principio del día emborracharme antes que Julián. Ahora miro las brasas en la parrilla que forman paisajes y cuevas, recovecos inexplorables […] y siento un deseo modesto —más bien alguna curiosidad— de tocarlas con mi mano para ver qué se siente desordenar un panorama intocable”. Por donde se mire, en Siberia —la novela escrita por Daniela Alcívar Bellolio, premiada en Ecuador, Bolivia y España, publicada por la editorial Candaya, de Barcelona, y recientemente, por Beatriz Viterbo, de Rosario— nos reencontramos con ese gesto: tocar la brasa ardiente, sentir y desordenar lo intocado.
La novela tiene como núcleo un argumento doloroso. Una mujer será madre (la voz materna ya la ha transformado, de hecho, durante su embarazo), su niño nace y, casi inmediatamente, muere. No es eso, sin embargo, lo que encierra el relato; sino que, por el contrario, el episodio abre, hacia atrás y hacia adelante, una multiplicidad de formas de vida que lo atraviesan. El amor, el sexo, los padres, la comida, los animales, la literatura, el alcohol, Quito, Buenos Aires, aparecen como una diversidad de vínculos que trazan, en todos sus sentidos, la experiencia de la muerte junto a la intensidad de lo vivo. La provocación como gesto no abandona nunca a la narradora, como si desde la profundidad de la desesperación, un aliento incisivo y lúcido le permitiera sortear la realidad. Se trata de un gesto modesto, como se lee en el fragmento inicial, acaso no demasiado estruendoso, pero indudablemente presente: observar el dolor con el detalle suficiente para luego meterse adentro de él, a fondo, y liberarlo; como el perro atado que la narradora espía y oye ladrar de hambre, hasta que decide saltar una tapia y robárselo. Hay en Siberia pasajes bellísimos en los que se da cuenta de ese tránsito, casi inmediato, entre mirar el paisaje e inmiscuirse en él. “Miraba ese cielo como se mira un cuadro, sin la menor expectativa de que algo cambie. […] Como esas fotos de Stieglitz que no se sabe cómo mirar porque el firmamento ha sido registrado sin bordes de tierra ni de agua. Sentía un impulso modesto pero intenso. […] era mi cuerpo absorbido por la fuerza de un cielo, de unas nubes”. Algo de esa tendencia absorbente, en efecto, da título al libro. “Siberia” nombra “una extensión blanca y ajena, que no termina, que nadie surca, que siempre será igual”. A lo largo de la escritura, no obstante, la narradora despliega un movimiento contrario. La planicie se convierte en el espacio para que el deseo y la memoria adquieran infinitos modos de la creación.
Daniela Alcívar Bellolio, Siberia, Candaya, 2019, 160 págs.; Beatriz Viterbo, 2020, 155 págs.
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