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Una de las muchas ventajas que la literatura tiene sobre la realidad es su poderosa tendencia a ofrecer coincidencias útiles. Por ejemplo: una noche salí con el solo propósito de presenciar en pleno barrio de Palermo la aparición de un amigo que nunca abandona el centro de Buenos Aires y me lo encontré entrevistando en público a Eduardo Lago, el brillante autor de Llámame Brooklyn (2006). Esa noche el escritor quedó profundamente desilusionado con una asistencia magra de seis personas, pero una desgracia del conferenciante puede ser una bendición para el espectador, pues me dio la oportunidad de agradecerle su obra previa y comprar la nueva, Siempre supe que volvería a verte, Aurora Lee, con la mejor introducción posible.
La segunda coincidencia ocurrió unas semanas después, cuando el libro ya me estaba dando vueltas en la cabeza. Me tocó traducir uno de los “prólogos” del libro Museo de la novela de la Eterna de Macedonio Fernández: “Autorizo a todo escritor futuro de impulso y circunstancias que favorezcan un intenso trabajo, para corregir [este libro] y editarlo libremente, con o sin mención de mi obra y nombre. No será poco el trabajo. Suprima, enmiende, cambie, pero, si acaso, que algo quede”.
Lo que sería el perfecto epígrafe para Siempre supe…, aunque en este caso el libro que se propone reescribir el protagonista, Benjamin Hallux, es El original de Laura de Nabokov, o sea, la edición de lujo que reproducía las fichas que Nabokov dejó a su muerte con instrucciones precisamente opuestas a las palabras de Fernández, ya que ordenó a sus herederos que las quemaran.
Pero “reescribir” no es la palabra exacta; la misión que Hallux encarga al segundo protagonista, un escritor fantasma que se hace llamar Stanley Marlowe, es “desentrañar la matriz” de la novela, una tarea que Marlowe aborda con gusto al tiempo que cumple con otro trabajo más lucrativo: la autobiografía de un millonario de California que quiere que sus restos sean esparcidos en la Isla de Más Afuera, donde naufragó el hombre que inspiró la historia de Robinson Crusoe, uno de sus lugares preferidos en el mundo.
Ante esta novela, la tentación de usar el prefijo “meta-” es casi imposible de resistir. Lo que sigue a lo que he contado es una aventura literaria divertida y sumamente inteligente con momentos sublimes; el informe de Marlowe sobre el libro de Nabokov es a la vez una parodia magistral de la escuela de crítica literaria que investiga todo libro como si fuera una enigma por desentrañar, una fascinante meditación sobre un libro inconcluso y sobre la obra de Nabokov en general, y un hilarante texto de gran originalidad. En otros momentos, uno siente que el escritor se deja tentar por la caricatura: la imagen de Andrew Wylie y su perro con una nariz para los best sellers es merecida, pero quizás un poco obvia, y algunos paisajes y personajes son un poco caricaturescos. Sin embargo, lo más importante que se desprende de la novela es que Eduardo Lago tiene mucho que decir sobre la literatura; la próxima vez que esté por estos pagos, valdría la pena llenar el auditorio para escucharlo.
Eduardo Lago, Siempre supe que volvería a verte, Aurora Lee, Malpaso, 2013, 288 págs.
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