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Es probable que no haya tarea menos perentoria que interrogar la naturaleza de la felicidad que nos depara un libro. En abstracto, el asunto delinea un problema metodológico relativo a la gramática de nuestra indagación: si psicoanalítica, caemos en la esfera del goce; si bioquímica, en la de los neurotransmisores. Lo escabroso de la pregunta no ha impedido que se me aparezca necesaria tras leer Todo es demasiado, colección de cuentos que Cristhian Briceño, nacido en Lima, publicó a principios de 2019.
La hazaña primordial de Briceño consiste en haber multiplicado los caminos que conducen a la felicidad libresca. El primero tiene que ver con el tono de los once relatos que componen el volumen, capaz de atemperar el clima de desasosiego o irremediable angustia que todo conocedor de la historia de la ficción extraña y fantástica vincularía a los tópicos del Doppelgänger (como inversamente ilustra “Historia de dos paganos”), del fantasma que enturbia las rutinas del hogar (“¿Por qué no me separé del fantasma de mi esposa?”, pero también “Todo es demasiado”) y de la intuición de los rigores de la vida posterior a la muerte (“Poco antes de que llegara la cuenta del gas”). Los narradores de Briceño parecen haber firmado un compromiso con un tipo peculiar de alegría, como si de respetarlo dependiese la eficacia de cada relato. De esto es ejemplar el mencionado “¿Por qué no me separé del fantasma de mi esposa?”. El relato contraviene las expectativas psicologistas de quienes habitamos un ecosistema diegético saturado de duelo y melancolía, y otorga nitidez material al fantasma en su literalidad gótica, volviéndolo una presencia que incomoda a través de la torpeza. “¿Dónde están los modales del fantasma de Nadja?”, inquiere el narrador, desarmado porque el fantasma de su esposa lo reciba convertido en un sillón, “nunca un chianti importado, nunca una entrada en primera fila para un juego por el campeonato”. La alegría es peculiar por no invasiva, dejando espacio para lo ominoso —tal como lo entendemos desde que Freud amplificara las opiniones de Jentsch hace cien años—, pero es lo suficientemente potente como para que la muerte de la novia del narrador de “Los hangares vacíos” inaugure múltiples posibilidades vitales. Briceño prolonga allí la retahíla de hipertextos de “El aleph” de Borges mediante un doble juego especular: sustituye a la Beatriz de Dante por la Laura de Petrarca, al eterno Carlos Argentino Daneri por el hermano menor de la novia muerta, y desplaza el aire de metafísica retribución al sufrimiento que un lector desdichado podría detectar en el aleph a favor de un vigor existencial que el catálogo de optimismos posibles consigna en el acápite dedicado a lo paródico: “Ahora que Laura se había ido, el mundo se abría como un libro infinito, un aleph menos solemne que el borgiano, pero de consecuencias más impulsivas, más repulsivas”.
La segunda avenida a la dicha es de índole local. Para el lector peruano, para alguien que, como quien reseña, ha crecido febrilmente nutrido por un canon nacional apenas inquietado por el género de ficción breve cultivado por Juan Rodolfo Wilcock y Javier Tomeo, la lectura de los cuentos de Briceño ha de resultar un acontecimiento. La tercera, por último, la más secreta de todas, se halla en “La proximidad de algo que nunca llega”, quizá la mejor pieza del libro. No pasa de referir una vetusta arista de lo utópico. Confrontarla queda al cuidado del lector.
Cristhian Briceño, Todo es demasiado, Emecé, 2019, 168 págs.
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