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En la primera línea de Una novela criminal, Jorge Volpi escribe que la mejor manera de empezar una historia es con otra. Por eso quiero comenzar hablando de HHhH (2011), de Laurent Binet, que es, me parece, uno de los libros que cuestionan de manera más radical el peso de los testimonios en relación con la historia (con mayúscula o minúscula). Binet, que en su novela quiere explicar el atentado contra un jerarca nazi en Praga, dice que la dificultad más grande con la que se encuentra es el diálogo entre los personajes. Que hay fuentes primarias que, por ejemplo en sus memorias, reproducen algunas conversaciones que a él no le parecen para nada verosímiles (por el tono, por la forma, por el contexto, por lo que sea). Binet, como novelista, cuestiona a los protagonistas que vivieron los hechos que estudia y se permite reconstruir escenas en las que él no participó. Escenas que terminan resultando mucho más creíbles y que, aun sin haber existido realmente, se acercan mucho más a la realidad que los testimonios más formales. Un dilema que, reflexiona, no tuvo Flaubert cuando escribió Salambó.
En Una novela criminal ocurre algo similar. Cambian el tiempo, el espacio, los personajes y las circunstancias, pero estructuralmente el problema es el mismo. El eje central lo constituye el arresto de dos presuntos secuestradores, en México, en 2005. Detrás de eso hay una trama infinita en la que se enredan políticos (con los presidentes de México y Francia en primera línea), periodistas, policías, jueces, narcos y televidentes de todo el mundo. Y, al igual que Binet, Volpi necesita deconstruir los diálogos (la memoria, los archivos, los expedientes, las fuentes, los testimonios, lo que sea) para poder contar, mediante una novela, las cosas tal como sucedieron. En sus palabras: “Una de las ventajas del novelista es que apenas cuesta trabajo distinguir una escena inverosímil. En otras palabras, una escena falsa”.
Es, tal vez, una fantasía digna de un historiador positivista de finales del siglo XIX. Pero es una fantasía que tiene una doble funcionalidad, de la que se obtienen por lo menos dos resultados concretos. Por un lado, hacer una denuncia, desenmascarar una mentira profunda que es parte de un modo sistemático de operar en el México de hoy. Por el otro, narrar una historia compleja mediante procedimientos poco habituales en la literatura actual, que le permiten a Volpi concentrarse en detalles que a otros escritores (historiadores, periodistas, novelistas) les pasarían desapercibidos.
Una novela criminal (que ganó el Premio Alfaguara 2018) es un texto felizmente difícil de encasillar, que se acerca mucho a la crónica y que por momentos parece el informe de un perito concienzudo, en el que la ficción se filtra para darle más sustento a la realidad. Porque aunque el texto se inscriba en una tradición de non fiction y la investigación sea rigurosa, los personajes cobran vida propia, en medio de ese absurdo que es la realidad. Volpi escribe como si fuera un novelista, como un periodista, como un investigador, como un juez implacable. Un juez que quiere llegar a la verdad (siempre escurridiza, siempre mutante) y para eso intenta ser objetivo, aunque sepa que la distancia no es más que una ilusión.
Jorge Volpi, Una novela criminal, Alfaguara, 2018, 504 págs.
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