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Tyshawn Sorey (1980, Newark, Nueva Jersey) es compositor, multiinstrumentista y un baterista ideal para entender un poco las mutaciones de lo que no deja de llamarse jazz. Considerando que tiene en curso una tesis doctoral por Columbia, verlo en vivo es un pasmo. Pesa unos ciento diez kilos, gasta buzo hip hop, se remueve en el banquito como si necesitara comer, se levanta a pellizcar las cuerdas de un piano, sorbe Redbull de una botella ad hoc y, cuando no usa las manos desnudas o los codos, de un bolso ladero saca a los sacudones varillas, baquetas, gongues varios, tacitas y herramientas de plomero y de ebanista que después va dejando caer al suelo. Las más pesadas le prestan servicio breve, porque los momentos de contundencia de su música duran sólo lo que un estilo rico pero discretísimo les permite. Los incontables matices de la delicadeza de Sorey, que él pone siempre en segundo plano, quedan bien claros en Alloy, el cd que acaba de sacar en trío con el bajista Chris Tordini y el pianista Cory Smythe. Son cuatro piezas originales. Que la última, “Love Song”, dure media hora y abunde en notas esparcidas, con algún rasguño en el splash, un susurro de timbal, un beat sorpresivo y mucho silencio de parte de Sorey confirma la apertura de un espacio. Damas y caballeros, acomódense en esta dilatación y vuelvan a escuchar cuánto se puede hacer con tan poco alarde. “Movement”, no menos larga, es reflexivamente tonal: el continuado fraseo melódico de Smythe —pianista heredero de Paul Bley y Andrew Hill, de carrera paralela en contemporánea y clásica, de dúos con la violinista Hillary Hahn—, flota sobre un rumor de escobillas, una rugosidad de parches rozados y golpecitos no identificados y, aunque el beat descansa en Tordini, en muchos momentos piano y bajo no suenan a la vez y todo parece tocado en 1/4. El pulso sólo aparece cuando se va a sentir. Desprendido del metro, el sonido empieza a suscitar una escucha abismada que hacia el final queda envuelta en una granizada de arpegios y una descarga de todo el arsenal percusivo. Por si hacía falta redoblar la sorpresa, acto seguido viene “Template”, una marcha belicosa, casi un rataplán, muy contrapuntística, con notas individualizadas pero oblicuas, guiños dodecafónicos y un pulso asimétrico para mí difícil de descifrar. La música de Alloy está compuesta con una deliberación puntillosa, pero para improvisadores; es impalpable. No en vano Sorey fue discípulo dilecto de Anthony Braxton y estudió con el espectralista Alvin Lucier. El disco parece una ilimitada charla en una habitación amplísima sobre una mesa algo renga; pasan corrientes de aire, hay presencias vecinas, rechina una puerta, más allá cae una cucharita al suelo o de golpe se viene en banda todo un armario. Pero no. Cualquier metáfora es impertinente, y en balde. Primero asintamos a la libre circulación de los sonidos que instaura Sorey. Después ya volveremos a hablar.
Tyshawn Sorey, Alloy, Pi Records, 2014.
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