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“Estoy perdido entre infinitas opciones”, decía Tim Hecker en una entrevista en torno a la salida de su disco Love Streams (2016). El compositor canadiense se refería a la biblioteca infinita de sonidos con la que un productor de música electrónica puede trabajar en la era digital. La música de Hecker suena densa y sobrecargada de información, sampleando múltiples sonidos y combinándolos unos sobre otros para crear texturas de alta complejidad. Sus composiciones suelen ser extensas y siempre dinámicas, Hecker tiene una habilidad para manipular sonidos digitalmente que lo convirtió en uno de los productores más interesantes de la actualidad, gracias a su disco Ravedeath, 1972 (2011) y el clásico Harmony in Ultraviolet (2006). Pero con quince años de carrera necesitaba un nuevo punto de vista. En 2017 viajó a Tokio para estudiar el antiguo género del gagaku, la música tradicional japonesa que se interpreta para la corte imperial. Hecker se juntó a grabar en un templo budista con un ensamble de gagaku compuesto por flautas, percusiones, violines y un shō, instrumento de viento de tubos de bambú. En las grabaciones, se inspiró en los métodos de sus contemporáneos Ben Frost y Jóhann Jóhannsson para trabajar con materiales crudos, respetar los silencios y tener un acercamiento minimalista, dejando atrás la infinidad de opciones que sus herramientas digitales le ofrecían. De esas sesiones salió Konoyo (2018), un álbum menos denso dentro de la discografía de Hecker, pero igual de ambicioso, con clímax violentos y una búsqueda de resolución existencial. “Konoyo” se traduce del japonés como “el mundo más acá”, en opuesto a “Anoyo”, “el mundo más allá”, y Hecker eligió este último como título de su siguiente disco.
Anoyo es presentado como álbum hermano de Konoyo, la otra cara de la moneda, y utiliza las mismas sesiones de gagaku, pero el método es distinto. Esta vez dejó varias porciones de esas grabaciones intactas, como las percusiones que entran con el track “Not Alone” o las cuerdas que tensionan el track final, “You Never Were”. Los momentos en que se distingue la mano de Hecker también son minimalistas, como los amables sintetizadores de “Step Away from Konoyo” y el lento crescendo que alcanza “Into the Void”. En un método taoísta, bastante similar al de Laurel Halo en su Raw Silk Uncut Wood (2018), Anoyo deja que el material de sus instrumentos suene por sí solo y en ocasiones resalta precisamente la crudeza de estos timbres. Material o digital no son presentadas como categorías opuestas —como tampoco el hecho de que los sonidos hayan sido obtenidos y/o manipulados por vía de instrumentos o mediante computadora—, se trata sólo de una diferencia de grado. Guiado por el concepto de espacio negativo o ma en japonés, Anoyo profundiza aún más el acercamiento austero que Hecker se había propuesto en Konoyo. El resultado es una obra sorprendentemente emotiva, que busca un equilibro en la hibridez de texturas inéditas y tradicionales. Ahí donde dos sonidos parecen no tener nada en común, Hecker ve una relación armónica invisible, una especie de vacío que inspira nuevas formas de crear.
Tim Hecker, Anoyo, Kranky, 2019.
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