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Por muchos años, incluso en vida del bandoneonista, una pregunta atormentó a quienes intentaban extender las fronteras modernizantes del tango: ¿qué hacer después de Astor Piazzolla? Un cul de sac los esperaba en cada tentativa de respuesta. El tiempo y el empecinamiento terminaron sin embargo por abrir un boquete. La salida superadora se encontraba en las entrañas de su misma música y no en la superficie. Salidas, habría que precisar, si se presta el oído a Escalandrum, Fernando Tarrés y Diego Schissi. Aventuras que han desbordado la escuela del piazzolismo. De lo que se trató, entonces, fue de atravesar el nombre propio, devenir por ejemplo adjetivo: ser ocasionalmente apiazolado, pero para dar cuenta de nuevas acciones y efectos. No es casual que así se llame el flamante y —digámoslo de entrada, sin recatos— asombroso disco del no menos poderoso quinteto de Schissi.
En 2019 Daniel “Pipi” Piazzolla, nieto del músico y curador del Festival Piazzolla, le había solicitado a Schissi que escribiera nuevos arreglos de la obra de su abuelo. Pero ¿cómo arreglar al gran arreglador (sólo basta con ir a buscar sus colaboraciones con Aníbal Troilo)? ¿De qué manera se trabaja con un estilo y una convención (pensada como un acuerdo que nos permite el reconocimiento de eso que suena)? Apiazolado contesta esos interrogantes. El pianista y compositor ha realizado una lectura crítica capaz de extraerle al objeto de referencia potencialidades desatendidas. Es decir: abierta a una interpretación que nos devuelve aquello que latía como posibilidad. Schissi sabe bien cómo trabajar con la historia. Pensemos en Te, el discazo anterior del quinteto donde encontramos marcas de Spinetta, Messiaen y el propio Piazzolla. Ahora, Schissi se mete de lleno con el marplatense, en un viaje que encuentra parentescos conceptuales con Tanguera, la revisita del mundo de Mariano Mores. Como en aquella oportunidad, se ladea el camino previsible, aquel que lleva al parque temático de las gestualidades.
“Michelangelo 70” abre el disco con un recordatorio: la música de Piazzolla nunca necesitó de una percusión para sentir la fuerza abrasiva de su pulso y sus quiebres rítmicos. Lo idiomático es la condición de una apertura, el juego entre lo literal y lo lateral. En un punto habría que hablar de un palimpsesto encantador. Astor Schissi como conjunción de un lenguaje entre dos épocas.
Apiazolado es un elogio de la roña y la finura. Lo arrollador y lo sutil. Estamos, por lo tanto, frente a mucho más que un homenaje. Si toda expresión artística se mira en un espejo para luego alcanzar su propia voz, Schissi mira y dialoga, discute y se abraza a esa tradición, aunque para dejar que sea su sintaxis, su modo de organizar y deconstruir la idea del quinteto, lo que termina resultando un salto dialéctico del punto de partida.
Otro de los logros de este disco tiene que ver con aquello que se apiazoló. Schissi evitó, salvo “Adiós Nonino” y “Libertango”, las zonas de mayor garantía de aclamación. Es en esas regiones menos conocidas donde cobra mayor fuerza la operación. El compositor pudo lograrlo por oficio y formación. Su campo de referencia ha ido más allá de los puntos nodales que fascinaron a Astor (Stravinsky, Bartok). Esos recursos técnicos y repertorios nunca tienen la función del aderezo petulante. El final de “Prepárense” es una muestra. Aclaremos igual: el secreto no está en los usos de las obras “académicas” que rutilaron en diferentes momentos de la posguerra y amplían los conocimientos de Schissi, sino en su comprensión del tango y de cómo enriquecerlo sin que el resultado se escuche como una incrustación estilizada. “Adiós Nonino”es ejemplar en ese sentido porque trabaja sobre lo inmediatamente identificable para someterlo a sutiles trastocaciones. Qué decir de “Libertango”. Basta detenerse en el trabajo sobre el tempo y las dinámicas, las articulaciones, acentos y cambios de compás, el modo en que se prepara el tema, tan simple y a la vez pregnante, para luego disolverse en el continuo de un pulso que no se detiene. “Libertango”, una pieza del Piazzolla más “internacional” y olvidable, grabada durante su estadía en Italia y recuperada con su octeto rockero, en 1977, es devuelta de este modo a una suerte de origen idílico de la formación señera de Astor. No se trata de repartir roles en el piano, el bandoneón, la guitarra, el violín y el contrabajo, sino de ampliar la capacidad de esa máquina llamada quinteto y trazar desde un pasado concreto las líneas de un mapa futuro (tanto detrito, tanta hojarasca y reverencia nos hacen a veces olvidar aquello que anida en las mejores músicas presentes, su capacidad de imaginar un más allá). Algo extraordinario sucede también en esa dirección con “Fuga y misterio” al despojarlo del procedimiento imitativo (el fugato) y dejarse llevar por el secreto que encierra el tema.
El de Schissi es un conjunto de virtuosos: Santiago Segret en bandoneón, Guillermo Rubino en violín, Ismael Grossman en guitarra y Juan Pablo Navarro en contrabajo, quien descolla en “Kicho”. (Navarro es un compositor que reclama también atención y seguimiento, y esa relación con la escritura supone un aporte al quinteto). El pianista demostró ser más que un gran conocedor de Piazzolla. Su abordaje es gozoso y proyectivo. Deslumbrante (la metáfora que se origina en el exceso de luz no deja de cargar su origen retiniano. La hacemos pasar por el oído cuando algo nos impresiona tanto. Luz que se recompone en el espacio de la escucha). Si el campo cultural no sintiera el peso de los escombros de un país en ruinas, si la dispersión en la hiperabundancia no fuera la regla, si, en definitiva, no hubiera caído tanto el horizonte de expectativas, hablaríamos de este nuevo disco como una proeza. Proeza doble. Han arado en el mar y pudieron alcanzar la costa. Recordatorio de que siempre existe una alternativa al hundimiento.
Diego Schissi Quinteto, Apiazolado, Club del Disco, 2023.
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