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Cuando escuchamos la música electrónica de Vic Bang, alias de la compositora argentina Victoria Barca, la explosión primigenia a la que alude su seudónimo se nos presenta más bien como una implosión. Hay una especie de timidez desarrollada, como si la emoción que suele hacernos reprimir ciertos actos pudiera en este caso hacer prosperar su propio programa en función de una música posible.
En los años noventa, a la luz de artistas como Merzbow, empezó la querella de lxs laptop performers. Músicxs electrónicxs quietxs detrás de computadoras portátiles cuya (no) performance no coincidía en lo más mínimo con lo arrollador de su sonido (aparentemente) generado en tiempo real. Quien suscribe recuerda a cierto artista local, abocado al género en los tempranos dos mil, cerrando su laptop como signo de punto final de su performance sonora, muda y quietísima. Sin duda se experimentaba belleza al oírlo, pero había cierta incomodidad siendo espectador, cierto miedo de moverse más que el artista tal vez.
En las presentaciones de Vic Bang hay timidez, poca movilidad corporal también; pero esto último ocurre de la cintura para abajo. Barca tiene manos de maga, su laptop cuenta con una serie de controladores a un costado de los cuales no para de interactuar con perillas, botones y teclas que lejos están de los movimientos que exige un teclado temperado tradicional.
También hay algo que se da cuando la oímos en vivo: las composiciones mutan en nuestros oídos y delante de nuestros ojos. Entonces, cuando describa un poco las piezas de Burung, su último disco, voy a estar hablando de versiones posibles. Música que termina siendo publicada más por presión externa de un editor (o de un sello, en el caso de Barca) que por un deseo de quien ante todo implota sus creaciones para sí mismx, quizás por no poder evitarlo.
Si hay algo que queda claro en la obra de Barca es su trabajo digital artesanal. Cada track parece cincelado hasta el más mínimo detalle como si de joyería de alta gama se tratase. Bastará con escuchar la versión de su composición “Yazzú”, que se desarrolla a unos noventa pulsos por minuto, en principio muy ordenados, los que rápidamente se diluyen en una multitud de texturas rítmicas que los contradicen y desafían en pos de una situación coral, pero claramente unipersonal. A pesar de la multitud de voces en juego, el track contagia la sensación de soledad y de juego mental, lo que da como resultado la música virtual de una tribu que existe solamente en la cabeza de Barca. “Uze” abre el fuego íntimo de Burung jugando con cierta materialidad sonora que bien podría pertenecer a la señal de encendido de computadoras personales diseñadas por alguna empresa mainstream. Sin embargo, el desarrollo rizomático y enredado de su estructura compositiva lejos queda de la simpleza que un logo sonoro corporativo requeriría. “Ni oro” remite a una búsqueda del tesoro minimalista y cerebral, cada sonido representa un personaje, un estado o un elemento pensado en el paisaje. Hay un fondo de silencio que se hace aire haciendo respirar a la composición.
Si bien la música de Barca llega a meollos de alta información aural, puede también llevarnos por senderos de serenidad; pero siempre lejos de la posibilidad de pasar desapercibida como el ambient tradicional en la escuela de Brian Eno.
Vic Bang, Burung, Moon Glyph Records, 2022.
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