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Chicago, la musical. Cuna de los Hot 5 Hot y Hot 7 de Louis Armstrong, del jazz con metro de dos tiempos e improvisación solista, escenario de Bix Beiderbecke, querencia de Benny Goodman, más tarde del blues electrificado, el soul de Curtis Mayfield o Chaka Kahn, y hoy Kanye West y Chance the Rapper; allí nació Patti Smith y surgieron Smashing Pumpkins y la primera electrónica bailable (en el club The Warehouse) y desde 1990 prospera una escuela jazzística particular y casi identitaria. Con todo, en la sobrecargada atmósfera del jazz de hoy, no es seguro que muchos asocien la ciudad con el nombre de Ken Vandermark (1964), un artista que ha destilado la variedad de los géneros e innovaciones locales y buena parte de la tradición del jazz en una música inusitadamente original: una experiencia única que transforma el oído, afina las sensaciones y azuza el entendimiento. Vandermark toca inigualablemente el saxo tenor, el barítono y clarinetes; en tríos, dúos y en combos polimorfos. En las notas a Company Switch (2004), un disco de acústica y electrónica con su Territory Band (dedicado a David Tudor, pianista dilecto de Cage y de Duchamp), cuenta que, insatisfecho con la calcificación de la música improvisada del momento, examinó otros géneros y otras formas de arte “pasados y presentes”, preparado a moverse a áreas nuevas, como hicieron —y la lista es larga— tanto Lester Young como Jimmy Giuffre, Ornette Coleman o el contemporáneo Joe McPhee. La versátil fortaleza del soplido de Vandermark nos transporta más allá de los ya tediosos solos post-hard bop en continuos que van del groove fornido al riff salvaje —de amor supremo— y, compaginando el free jazz con la improvisación libre europea a lo Evan Parker y el minimalismo repetitivo, se solazan en pasajes de swing moderno antes de desbaratarse, a tono con tantos experimentos de hoy cercanos al noise, en usos no convencionales de los instrumentos. Escalator está grabado en trío con Klaus Kugel, un baterista de destreza incisiva y aguda percepción de cámara, y el contrabajista Mark Tokar, que tanto crea suaves tapices de fondo frotando las cuerdas como ritmos fracturados pellizcándolas. El disco, fogoso desde que irrumpe, es una muestra óptima de las tonalidades sentimentales que alcanza la estética Vandermark de la invención conjunta. “Automatic Suite”, por ejemplo, se abre con notas graves de clarinete, una percusión amable (campanillera) y una cortina de bajo con arco que paulatinamente dan lugar a chillidos de la caña y un remolino de capas tímbricas; de pronto la agitada improvisación colectiva cae en un remanso de suavidad —el bajo con arco en primer plano— pero a poco recobra velocidad, espesor y hondura puntuada por Vandemark, ahora en un saxo tenor que, entre una y otra cita melódica, gruñe, berrea, muge, trina, arrulla y rebuzna. Vandermark no está solo en esta clase de síntesis (si uno piensa en su maestro Peter Brötzmann o en Jon Irabagon) pero las oleadas de estilos que se recogen y fluyen en Escalator parecen remontarse al momento en que el primate de género homo ya era consciente de tener una lengua, y la hacía objeto de elaboración y materia de ideas, pero todavía no repudiaba su condición animal.
Dudo en decirlo, pero no lo puedo evitar: el que no quiera encararse de golpe con el orden sonoro del caos, pero sí darse nuevos placeres, puede empezar por In the Abstract (2014) de Side A (el trío de Vandermark con el regocijante pianista Håvard Wilk y el percusionista Chad Taylor), un disco más armónico y retozón, de tiempos más precisos y asimilables pero texturas no menos intempestivas. El primer tema, “Cadeau”, está dedicado a Man Ray.
Ken Vandermark, Klaus Kugel, Mark Tokar, Escalator, Not Two Records, 2017.
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