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Para desafíar las normas vigentes del “buen gusto” (o la corrección estética), una obra debe crear su propia categoría de legitimación, si no quiere condenarse a los márgenes hasta nuevo aviso. Fantasy cabalga ese desafío a conciencia de su excepcionalidad. Ya es el segundo álbum que firma Carola Bony, tras su debut homónimo o anónimo de 1994. Como su apellido lo señala, el artista de los balazos, y de las primeras fotos del rock argentino (nada menos), fue su padre. La transgresión de géneros en estos once tracks es tal que se lleva por delante tanto la oposición masculino/femenino (¿cómo debería rockear una mujer?, tal es la cuestión), como las etiquetas musicales. Por eso, me apuraría a hablar de una especie de “camp feminista” inédito acá, así como de algo que llamaría “lo glamouresco”. Efectivamente, nos enfrentamos a un mix chocante y chocador de glam (la estética setentista revisitada en los noventa de Bolan / Lebón) y grotesco (en el site de Carola Bony figuran sendas coreografías interactivas de copas heladas y… ¡bifes!). Este camp feminista entonces no sólo apunta al mero épater le macho alfa (el reto es bien clarito: “¿Tenés valor, varón, para amarme?”), sino que también se planta contumaz en el capricho al momento de componer y arreglar. Los tres instrumentales —“Intro”, “Indecente”, “Erótico”— nadan en las aguas más profundas y más superficiales de la indefinición. ¿Qué lógica musical gobierna esa especie de dub prismático, entre la música concreta y el trip hop reinventado por Maria Minerva e Inga Copeland, por decir algo? Tal es la libertad que se arrogan estas composiciones de maximalismo artesanal.
Bony estuvo en un tris de ponerle Puta al disco. Pero al quedar este Fantasy sucede lo mismo que cuando vemos el clip de “Sórdido”: es todo demasiado glossy y “bello” como para transmitir algo dirty como insinúa la letra. Es que manda el bittersweet permanente. Además de lo grosso, lo gross, donde tartamudean lo grotesco y lo grosero. ¿Grosero? Habrá “agua oxigenada en mis tetas de plástico”, pero falta. “Te traicionó tu pija tan cotizada” podría ser el límite, pero no. Miren: “Clavámela, que me impaciento” (abrió un “Cogeme” la estrofa anterior, pero qué importa). Sin embargo, lo que hace de este un disco único es que lo gross no se limita a unos escandalitos líricos: la música también suena “grossa”. Grande y, dijimos, glamouresca.
La damisela quitinosa de la tapa se superpone a esa mujer que cayó a la tierra en que Jonathan Glazer convirtió a Scarlett Johansson (Under the Skin, 2014). Una puta, sí, que no se entiende qué… le viene bien, con perdón. Es la ninfomaníaca de Lars Von Trier, la Cooly G de llaneza procaz, la FKA Twigs de “Papi Pacify”, la lectora actual que devora masoquismo fantasy, analizada por Eva Illouz y Martín Schifino. Con esta familiaridad conceptual, Fantasy refleja un nuevo feminismo en marcha, donde resulta lo más ostensible la reducción de los hombres a objetos, de uso y de cambio, junto a un hedonismo que no excluye el dolor.
Exiliada en un rock de machos (en “Guyville”, como decía Liz Phair), Bony se apropia de la guitarra priápica, de los imperativos, de la impunidad del piropo (“Me gusta ese tajo” ahora se dice “Estás tan fuerte que me siento quebrada”), del lunfardo, del “vicio stone”, y, sobre todo, del vocativo “nene” (y aun del mismísimo “baby”). Pero re-generar el rock no supone un travestismo (hacerlo como les gusta a ellos), sino un verdadero autodesafío: no correrse nunca de la indefinición —la que desconcierta, la que disgusta—, entendida como prueba definitiva de libertad. Al final, ¿qué le pasará a esta mujer? ¿Qué quiere? La misteria continúa y “Libre albedrío cobra venganza”.
Carola Bony, Fantasy, edición independiente, 2014.
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