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En el escenario hay más de quince mujeres y hombres de rasgos faciales diversos y dispar desaliño indumentario, mal esparcidos de pie, en banquitos o de rodillas en el suelo, encargados de batería, guitarras y bajos, saxo, fagot, trompeta, trombón, sintetizador, flautas, programación de ruidos, percusión de vidrio, en ocasiones un violonchelo, acordeón, “instrumentos hechos a mano”, canto, biwa (el laúd japonés) y demás, o de manipular carteles de papel con frases crípticas o vagas imágenes en pantalla. Así suenan al principio: como un conjunto de novatos atribulados por la imposibilidad de ensamblar esa máquina. Al cabo de un ratito ya no. Al frente, computadora abierta, pellizcando la guitarra que es una maravilla, se mueve mucho y canta a veces el líder Tori Kudo. Si algún espectador quiere sumarse, lo invita. Cunde la sensación de catástrofe; pero en la misma medida el sonido se hace más envolvente y músicos y público caen juntos en el encanto de una deliberada gama de colores tonales. Esta gente sabe lo que toca (y algunos lo tienen escrito); felizmente, sólo lo sabe hasta cierto punto. Kudo, que compone todos los temas salvo alguno de, por ejemplo, John Dowland, ha dicho: “El error en la ejecución domina nuestra música, que es imperfecta como nuestra vida”. Hay muchas bandas que, a lo Kusturica, venden el frenesí de la incorrección o el pop-rock afolclorado. Pero esta es la inigualable Maher Shalal Hash Baz (band); el nombre, todo un programa, proviene de Isaías 8:1 y significa: “Rápido botín, próximo pillaje”. Nació en Japón, toca en salas indefinidas de todo el mundo pero tiene base en Escocia. Pueden escuchar cómo saquea. Desde 1991 ha grabado diecinueve discos; aquí se elige uno porque es de 2014. Kudo tocó piano clásico y jazz, órgano en iglesias, admira a T. Rex, Syd Barrett y Steve Lacy y es ceramista. Desde que en los ochenta integró una banda llamada Worst Noise (“el peor ruido”), ha grabado dos o tres docenas de discos, muchos de ellos con su mujer Reiko Kudo. (En dúo o combo, ellos son otro cantar: impertinentes, ocasionales acordes —como de cuerda arrancada— y tácticos arpegios de Tori realzan la voz reticente de Reiko, que susurra, como una costurera menuda frente a un paisaje pasmoso de Gaspar Friedrich, canciones que pueden llamarse “Campo de arroz agitado en la noche” o “Fuego adentro de mi sombrero”). A veces ella canta también en la banda. Hay una astucia risueña en toda la música de los Kudo, pero la de la Maher Shalal Hash Baz (band) es a la vez calma y ardorosa. A los retrasos, contratiempos y soberbias irregularidades, a las faltas de resolución, a las falsas repeticiones, tropiezos y desafinaciones que uno pronto identifica en el estilo Kudo, se superponen discontinuidades y arritmias, mezclas tímbricas poco recomendables, inconsecuencias de ejecución, blues, punk, atonalismo y pentatónica de Gagaku. Son piezas cortas, sin resolución, a veces reiterativas hasta el chamanismo, encima empañadas por malas grabaciones y pésimos videos. Y sin embargo transmiten tanto un anhelo de movimiento muy del pop, o de rock de patio de colegio, como el sereno asentimiento, el tacto y la violencia que suelen asociarse con Japón. Y es que hay un método en ese desbarajuste; de otro modo Kudo no obtendría lo que tan pocos: un sonido inmediatamente reconocible al que uno necesita volver; entre otras cosas, por el placer de escuchar más detalles y entender más. En la música de Kudo las fronteras entre forma e improvisación se borran tanto como la falsa disyuntiva entre razón formal y arrebato imaginativo. Es música redentora. La debilidad se confunde a tal punto con el logro que no hay otra posibilidad que escucharla suspendiendo el elogio.
Maher Shalal Hash Baz (band), FFT Düsseldorf, 5 mai 2014, edición independiente, sin ficha técnica.
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