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Lyra Pramuk se mudó a Berlín desde Nueva York en 2013 con el fin de seguir su formación musical. La artista norteamericana se había educado en un conservatorio de música clásica, pero componía en su computadora, haciendo un estilo de música electrónica que ella describe como “cyborgian vocal layering” (uso de capas vocales cyborg). No se sentía cómoda en el mundo de la música académica y, al mismo tiempo, se sentía demasiado académica para la escena musical de Berlín. Hasta que conoció a Holly Herndon, otra artista norteamericana con formación clásica (y aspirante a Laurie Anderson 2.0) que se había instalado en la capital alemana y había logrado inmiscuirse en la escena de la electrónica. Herndon reclutó a Pramuk para formar parte de los coristas con que grabó su tercer disco, el excelente Proto, de 2019. Otra de las voces que participó en el disco fue la de Spawn, un software con tecnología de machine-learning que Herndon programó para que “interprete” sonidos vocales y cante junto al coro humano.
El año pasado, Herndon se vio involucrada en una discusión por Twitter con Grimes y Zola Jesus acerca del rol de la inteligencia artificial en el futuro de la música. La posición de Herndon era más optimista que la de sus pares. Para ella, los músicos humanos nunca van ser reemplazados por máquinas, el arte siempre va a necesitar de un artista que controle y use la tecnología. Herndon piensa que la tecnología debería darnos la libertad de ser más humanos, frente a los comportamientos mecánicos que las corporaciones transnacionales quieren imponer. Fountain, el primer disco de Pramuk, parte de esa búsqueda por expandir la expresividad humana a través de la tecnología. Las ocho canciones que componen el LP fueron creadas exclusivamente a partir de grabaciones de su propia voz, que Pramuk alteró usando herramientas digitales.
Como se sabe, en la producción electrónica, se puede samplear cualquier sonido y deformarlo hasta convertirlo en otro diferente. Pero lo que sí se mantiene de ese sonido original es, si se quiere, un “aura”. De ahí que algunos artistas elijan samples por su simbolismo o para resignificar su valor más que por cómo suenan. Pramuk tomó su voz y la estiró, la cargó de efectos, la cortó y la copió, cambiando su tonalidad, pero aun así mantiene algo de su expresividad. Por eso Fountain no deja de ser una obra muy personal, que se basa en la voz humana como si esta fuese el instrumento musical definitivo.
El resultado es un sonido que Pramuk describe como “folclore futurista”. En el primer track, “Witness”, su voz se expande para crear una larga textura espaciada, como un sintetizador de música ambient. En “Mirror”, su voz se multiplica para marcar un ritmo, como si fuese un track de Replica, el disco que Oneohtrix Point Never produjo a partir de samples de publicidades de televisión de los ochenta y noventa. En ningún momento del disco la voz de Pramuk se materializa en palabras; mantiene su canto en el plano de lo no verbal. No es raro entonces que Pramuk nombre a Elizabeth Fraser de Cocteau Twins como una de sus principales influencias vocales. También es imposible no pensar en Medúlla, el disco de Björk de 2004 hecho principalmente con voces, o en las menos conocidas piezas vocales de otra colaboradora de Herndon, Stine Janvin. Y, sin ir más lejos, podemos volver a los ejercicios antilirocentristas de Juana Molina y su Halo.
Pero el camino de Pramuk es más complejo. Las canciones de Fountain no existen como composiciones independientes del trabajo de producción vocal. En su obra, lo humano y lo artificial se presentan inseparables, como una misma expresión poshumanista y no binaria. Es un proceso que se siente muy personal para Pramuk, quien durante los últimos años documentó todo su proceso de cambio de género a través de su perfil en Instagram. Para ella, la cuestión de humanidad versus tecnología no es una cuestión relacionada con el futuro, sino parte de su identidad presente.
Lyra Pramuk, Fountain, Bedroom Community, 2020.
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