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—En italiano, Franco.
—Dopo.
A partir de este escueto diálogo con un anónimo miembro del público, algo cambió en el intenso concierto que Franco Battiato ofreció en el auditorio del barrio de La Boca. Hasta entonces venía presentando en español los temas de su nueva producción, Apriti Sesamo. Habría tiempo para otras versiones en la lengua del Quijote, como “Nómadas” y “La estación de los amores”. Pero, al rato, el siciliano movió unas cuantas páginas y presentó un trío de canciones en su idioma de un misticismo profundo, que alcanzaría su ápice con la bellísima “Lode all’inviolato”, la cual, me consta, arrancaría las lágrimas de más de uno en una audiencia plagada de devotos. Y es que Battiato quizá despierta pasiones como ningún otro cantante pop. Si hubiera nacido anglosajón, hoy estarían comparando su larguísima trayectoria con la de David Bowie o con la de algún otro experimentador inquieto y maduro de su generación (el hombre cuenta con sesenta y ocho años muy bien llevados). Pero los italianos saben de quién se trata cuando repiten como un mantra aquello de que “Battiato non si batte”.
Cuatro décadas y media de carrera hicieron de Franco un caso único, aun en el abigarrado panorama de los cantautori mediterráneos. El hombre se dio todos los gustos, permaneciendo siempre fiel a su propio instinto musical, dando dramáticos golpes de timón cada vez que corría el riesgo de acomodarse a sus propias certezas. Una evolución que lo llevó de la música ligera al rock de vanguardia, de la música contemporánea al pop electrónico y de la ópera a esa suerte de canción de cámara con giros arábigos, repleta de citas a la gran tradición clásica y una lírica que combina el sincretismo religioso con complejas declaraciones filosóficas. Un pop muy personal, de factura lujosa, un modo de darle otra vuelta al formato canción que se tradujo en una improbable formación de piano, cuarteto de cuerdas, teclado con programaciones y la alternancia continua entre guitarra acústica y bajo eléctrico. Algunas de sus páginas más deliciosas desfilaron ese sábado de junio como muestra de esta última estrategia: “E ti vengo a cercare”, “La cura”, “Povera patria”, “Caffé de la Paix”, “I treni di Tozeur” y “Prospettiva Nevsky”, entre otras. Pero temas como “Voglio vederti danzare”, un medley entre “Bandiera bianca” y “Up Patriots to Arms” o “L’era del Cinghiale Bianco” levantaron la temperatura del público (y del propio Battiato, que cantó buena parte del recital sentado). Como correspondía a tamaña celebración, todos terminaron bailando con un bis que concluyó con dos de sus éxitos más rotundos: “Cuccurucucú” y “Centro de gravitá permanente”, el hit de las pistas de baile europeas durante 1981, año emblemático del tecno pop y de la aparición de La voce dei padrone, el disco que, al vender más de un millón de copias, terminaría por convertir a Battiato en una estrella de proporciones desmesuradas. Por una vez, de manera merecida.
Franco Battiato, Usina del Arte, Buenos Aires, 8 de junio de 2013.
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