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El dibujo técnico con el que arquitectos e ingenieros imaginan sus construcciones comparte algunos conceptos con el modo en que organizamos y pensamos los discursos sonoros. Geometría, el reciente disco del pianista Pepe Angelillo, juega sobre estas correspondencias, sin otro propósito que —nada menos— dejar que la improvisación libre lo lleve a territorios desconocidos. En principio, parecería levantarse aquí una contradicción infranqueable, toda vez que la geometría, como rama de la matemática, mide y calcula con precisión, mientras que la improvisación se arroja a lo indeterminado con los ojos cerrados y los oídos alertas. Sin embargo, detrás de todo gesto repentista se agazapa una memoria acumulativa. Como le explicó Angelillo al periodista de jazz Fernando Ríos, no es desnudo de saberes como el improvisador encara su azarosa tarea, sino más bien lo contrario: todos sus conocimientos y experiencias se ponen allí a prueba. Y buena parte de esos saberes está hecha de medidas, distancias y volúmenes.
Tal vez no se pueda bailar la arquitectura, como aseguraba Frank Zappa para desacreditar a quienes escriben sobre música, pero quizá si se pueda hacer sonar a la arquitectura. Si decimos “bloque” —así se titula el primero de los siete tracks del disco—, pensamos en términos de volumen. La “línea” es el dibujo que va trazando una nota por vez. Los “planos” indican un adelante y un atrás, y así sucesivamente. Aquí Angelillo es un pianista de jazz explorando las posibilidades de una música abierta, suerte de composición en tiempo real. Sus habituales colaboraciones con el saxofonista Pablo Ledesma —Gato Barbieri revisitado (2018), en cuarteto, es su disco más reciente— y sus álbumes de solo piano se inscriben de modo rotundo en el territorio del post bebop. Pero la improvisación, si bien axial en la historia del jazz, se vuelve una práctica compartida con ciertas corrientes “académicas” cuando se aleja de los estilos idiomáticos y se desprende de las reglas de la armonía tonal. Por supuesto, Geometrías, grabado en España y nacido de la clínica que Angelillo tomó con el pianista mallorquí Agustí Fernández, no renuncia del todo a los guiños jazzísticos —por caso, tocar “en bloque” es la expresión que solía usarse para describir a McCoy Tyner, y el estilo “lineal” está asociado a los fraseos dilatados de Lennie Tristano—, pero de un modo fugitivo, como si de pronto, en una determinada síncopa o al marcar un intervalo de un modo particularmente sugestivo, a Angelillo se le cayera del bolsillo del pantalón el documento de músico de jazz. No hay entonces ningún problema. Lo vuelve a guardar y sigue avanzando por la senda en construcción.
De una articulación depurada y un juego dinámico exquisito, capaz de enfrentar o reunir ambas manos con igual soltura (eso se nota especialmente en “Fuga”), Angelillo prefiere las improvisaciones no muy extensas, como si fueran dejà vu de las formas que suele abordar más habitualmente. Quizá con algo de Craig Taborn en su inspiración previa y nunca del todo alejado del espíritu de Cecil Taylor, Geometría nos lleva a una conclusión no exenta de ironía: a mayor abstracción de la música, mayor cercanía de esta a otras artes y disciplinas.
Pepe Angelillo, Geometría. Piano solo, Lumenan, 2018.
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