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Durante casi veinte años, Bill Callahan (Maryland, 1966) se presentó bajo el nombre de Smog, un proyecto muy personal que nació de la distorsión lo-fi y se fue transformando en un cuerpo de canciones íntimas donde el amor ocupa el lugar de la dificultad y, muchas veces, de la tortura. En la evolución de Smog, Callahan pasó del sonido crudo y disruptivo del indie de los noventa a la composición de estructuras más reconocibles, como si un irónico Daniel Johnston se hubiese topado con el paisaje árido del country rock. Después, le pasó lo que le pasa a cualquier artista estéticamente inquieto: se agotó de sí mismo. El cambio llegó en 2007 con la aparición de Woke on a Whaleheart, el primer álbum que firmó con su nombre. La nueva etapa trajo, claro, nuevas reflexiones (como la proyección de una existencia pacífica), pero no descartó dos elementos constitutivos: la presencia del río como reafirmación de un misterio ineludible y el humor como modo de dialogar con la realidad. Pero ese sentido también cambió: antes era el cinismo lo que hacía soportable el devenir; ahora, la gracia venía en forma de agradecimiento y, en un punto, de salvación. Para verlo dentro de la tradición storyteller, se puede pensar que Callahan transitó la indiferencia emotiva del primer Lou Reed y llegó a la reconciliación espiritual del último Neil Young (la comparación es ilustrativa pero no definitiva: lo cierto es que se trata de una voz original).
Ahora, veinticinco años después de Wild Love, tema del álbum homónimo donde se escucha: “Alguien derribó a mi amor salvaje”, Callahan puede componer una canción como “Breakfast” que dice: “Lavo los platos que no se rompen” . El hombre que se cansó de hablar del desencuentro amoroso logra crear la escena de un desayuno como imagen de estabilidad. Incluso le responde al joven confundido de Knock Knock, álbum de 1999, reescribiendo su canción inicial, “Let ‘s Move to the Country”, con un agregado que completa un sentido inconcluso: la canción original habla de “empezar una…”, “tener un…” y la nueva versión se decide: “Tengamos una familia, tengamos un bebé, o quizás dos”. En esa decisión se sostiene el tono de Gold Record, el nuevo disco de un hombre que encontró revelaciones en la quietud del hogar, pero no como afirmación de inmovilidad, sino como épica doméstica. El álbum se puede leer como una continuación del extraordinario Shepherd in a Sheepskin Vest del año pasado, donde Callahan celebra el matrimonio, la paternidad y la empatía con un sentimiento que se mueve entre la calma y el asombro (una línea de “Son of the Sea” lo resume: “La habitación del pánico ahora es la pieza del bebé”). Gold Record avanza en esa dirección pero se abre a otras escenas breves de la vida americana, en sintonía con Raymond Carver. Callahan se permite, además, una mímica irónica en respuesta a las comparaciones típicas: la inspiración cowboy de Johnny Cash y el humor negro de Leonard Cohen (quedaría por revisar la presencia de Joni Mitchell en sus canciones). El artista alguna vez conocido como Smog interroga este presente improbable y parece sugerir que no sólo se trata de quedarse en casa, sino de estar en casa.
Bill Callahan, Gold Record, Drag City Records, 2020.
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