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En 1999 el bandoneonista francés Olivier Manoury grabó Bando Monk, un disco dedicado a temas del sin par Thelonious que uno sigue escuchando arrobado, no sólo por la música en sí, sino por la imposibilidad de decidir si es jazz tanguero o tango jazzificado. El bandoneón de Manoury, sobre la sola base rítmica de un contrabajo, tomaba los temas de Monk, esa belleza giróvaga del desquicio, e improvisando como manda el jazz los fundía con las auras del sonido fetiche del tango. Un poco antes ya el pianista argentino Adrián Iaies había descubierto que el germen negro de las dos músicas garantizaba la naturalidad del encuentro. Pero, como él partía de una sede estética localizada (tango, rock rioplatense) y una afinidad electiva, procedió a la inversa: trató los tangos como standards de jazz. Si bien estaban los precedentes de Piazzolla con Mulligan, de Fresedo con Dizzy Gillespie y algún otro intento, lo de Iaies era acabado, fresco y hasta entonces único. La razón se vislumbra cuando Iaies dialoga con bandoneones: por apego a las armonías de su género, casi ninguno de los más finos fueyistas argentinos toca la blue note –esa cuarta aumentada o séptima disminuida de las escalas menores con que, resumiendo, el blues dio parte esencial de su color al jazz– y Iaies sí (como Manoury), probablemente por su abierta educación sentimental. Por eso sobresalen sus discos solo o en trío, como Las tardecitas de Minton’s (1999, el segundo de quince hasta hoy). Iaies es un pianista claro. En su familia jazzística (que va explicitando en homenajes y revisiones) están Evans, John Lewis, Jarrett, Paul Bley. Del tango prefiere el ataque directo, autorizado y hospitalario de Salgán a la efusión brillante de Berlingieri, por ejemplo. Pero toda atribución de influencia es parcial. Digamos que a Iaies no lo tienta evadirse: sus piezas son acotadas, antes continuos de variaciones sobre las melodías que espacios de improvisación en los límites de la tonalidad. Gracias a esto se hace comprender en la primera escucha sin dejar de ganar relieve en las siguientes. Este disco de piano solo prueba que, con una competencia y una imaginación crecientes, puede encontrar accesos imprevistos a temas visitadísimos: escuchen si no el torrente de escalas en que envuelve “Whisper Not” o los burlones, sincopados pespuntes con que va sugiriendo el motivo de “When You’re Smiling”. ¿Qué lleva Iaies de la música porteña a un disco como este? Podría decirse que una sensibilidad. Pero ¿cómo definir una sensibilidad por la presencia que tiene en un sonido? No lo sé. Tratándose de Iaies, el lazo podría estar en la implantación amorosa de la mano, en el peso de la mirada en el teclado cuando uno lo ve en vivo. O en la investidura melancólica. O en la convicción con que visita una y otra vez sus fuentes, las amplía, y de regreso, empeñado en empezar de nuevo –eso tan difícil para cualquiera–, nos lleva siempre un poco más allá, como alumbrando discretamente lo anterior con algo que no habíamos escuchado.
Adrián Iaies, Goodbye. Solo piano, Rivorecords, 2013.
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