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Grabaciones varias en el metro de París

Mohamed

MÚSICA

La cadena moderna de músicos ciegos es tan jubilosa y la presencia de cantantes callejeros tan tupida en todo el mundo que cualquier alusión a cruces de las dos series está condenada al cliché, si no al cargo de incorrección. Pero de vez en cuando, surgido de la fronda como un hálito, llega un sonido que envuelve la mente y, como un buen curandero, sana en un tris al oído empachado. Sucede como un deslumbramiento. En 2011, dos compañeros de esta revista viajaban en la línea 2 del metro de París cuando subió a su vagón un muchacho ciego, con un órgano portátil, y se puso a cantar en árabe. A los pocos segundos comprendieron que ese cantante era único. “El aspecto etéreo y concentrado”, cuentan ellos, “la voz rasposa y grave, los ojos extraviados, la canción, todo producía una emoción instantánea, avasallante e inexplicable”. Lo siguieron a otro vagón, lo grabaron, lo felicitaron y le dieron los debidos euros, que agradeció “con gesto ausente, como si no cantara por eso”. Tiempo después insertaron un fragmento en una píeza de ellos, y su hijo quedó tan perplejo que no paró hasta identificar el tema, sacarlo en la guitarra y averiguar lo que a continuación yo difundo. Mohamed Lamouri es argelino y vive en Francia desde 1996. Aprendió solo a tocar el teclado, practicando de la mañana a la noche. Cuando se siente dispuesto, como llevado por una inasible fuerza frágil, sube a la línea 2, siempre entre Barbès y Place Clichy, a hacer una música nada underground. Las canciones (muchas de amor) que interpreta y a veces compone suelen ser rai, el género de referencia para la juventud del Magreb desde los años setenta. Hoy el rai es una síntesis entre la improvisación tradicional en árabe dialectal, el pop y el blues, pero la fuente de inspiración nunca dejó de ser la música beduina rural —consejos, lamentos, protesta; rai significa opinión, punto de vista— y, como el flamenco o la canción napolitana, se distingue por una colocación particular de la voz, una expresividad étnica y un ritmo de contornos cambiantes. Todos los que lo han escuchado aplican palabras parecidas para valorar el arte de Mohamed —contención sencilla, inmediatez, evidencia, justeza— y describir la experiencia: emoción, súbita conmoción, transporte. Se puede entender: Mohamed encarna al legendario aeda ciego en la era del sintetizador portátil; trasunta la nostalgia del emigrante, la extrañeza del adaptado, el tráfico de la lenguas, el pasaje por el tráfago urbano y la suave perseverancia de un arte nacido al borde del desierto. Si uno escucha estas grabaciones a oscuras, comprueba que para una música así los ruidos del subte ya son el acompañamiento natural; nunca decidirá si la versión que hace Mohamed de “Hotel California” es desolada o jovial. Todo esto se ha propagado boca a boca, wp a wp, aunque no tanto para que los videos que circulan hayan superado las siete mil visitas. Anda por festivales de cine un documental de 2012 realizado por Ayoub Layoussifi, un agradecido habitual de la línea 2; se llama Dis-moi Mohamed, y el tráiler que puede verse en YouTube empieza con un rai cantado en un bar. Lo que Mohamed dice ahí sobre el deseo y los motivos del canto aumenta la fuerza afectiva de sus canciones; pero no acalla a los que claman por un disco ya.

18 Sep, 2014
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