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La gravitación artística que Fernando Cabrera fue cobrando en estos años se funda, en gran medida, en la calidad con que supo correrse, siempre a tiempo, de los estereotipos más festejados de la región: el del uruguayo preso del candombe; el del uruguayo tristón y tierno, un poco en ruinas, que parece espejar a muchos argentinos reñidos con la modernidad; el del payador admonitorio, que trata de curarnos de nuestros males morales con máximas de la vida virtuosa. Cabrera se aleja de esos lugares, pero no sin antes llevarse de ellos algunas señales que luego sabrá reelaborar en un mix personalísimo. Es un uruguayo “raro”, pero ¿acaso esa rareza no es también un rasgo del país hermano? Como Leo Maslíah en la música, como Mario Levrero en la literatura.
En términos de mercado, Intro es una jugada bastante audaz. No hay CD, sólo un libro de poemas con un DVD de canciones, aunque seguramente será entendido al revés: primero el cantautor, a quien se ve y se escucha en un concierto de 2009 en los estudios ION de Buenos Aires, con público íntimo, y luego los versos escritos en silencio. Contra lo esperable, las letras de las canciones parecen ser menos regulares, en cuanto a forma y rima, que los poemas propiamente dichos, aunque finalmente todo es poesía en Cabrera. Sólo para leer: “Nos vemos”, “Los amigos dominantes”, “Aldeíta distraída”, “Dos países”… Para escuchar y ver: “Dulzura distante”, “El tiempo está después”, “Lisa se casó”, “La casa de al lado” y otras tantas. Respecto a la especificidad de la poesía, Cabrera le explicaba a Humphrey Inzillo de Rolling Stone: “La poesía es solamente una línea, tiene que sonar muy bien, porque no tiene ningún acompañamiento. Está ella sola, en tu mente. El lector va leyendo, y a medida que lo hace, la frase se va armando en su cabeza”.
Solo con su Yamaha acústica, que funciona más como coprotagonista que como base armónica homogénea, el Cabrera músico y cantor (“mantuve mi voz chillona / voz cantarina y parlante”) rapta a su público para transportarlo a una Montevideo intemporal, habitada por seres y sitios amados. En medio de milongas, huellas y baladas, hay un tono lírico inocultable, pero a la vez un poco contenido, como renegado: “Aquellas tardes con la radio en la rambla / aquellos días con Marindia en el sol / tengo un puñado de recuerdos de arena / entre los dedos con la arena vas vos” (“Por ejemplo”). La variedad de recursos musicales con que Cabrera toca su guitarra –ahí se le nota, en el mejor sentido, la formación académica– le permite explorar a fondo el formato solista. Una fina artesanía de canción hace la diferencia con otros cantautores, como bien lo advirtió Liliana Herrero, su médium más acertada. Pero cuando Cabrera interpreta sus propias canciones sucede algo muy lindo y conmovedor. Canta con voz anhelante, a veces con la guitarra punteando líneas que dibujan un canon disonante, y sabe aplicarle a cada canción una intensidad dosificada, que va creciendo dramáticamente hasta la cadencia final o se disipa en medio de un murmullo casi imperceptible.
Para el cierre elige interpretar a Luis Alberto Spinetta, como unos minutos antes lo hizo con su admirado (e influyente) Eduardo Mateo. Viene entonces “Muchacha ojos de papel”. ¿Logrará ese efecto de deconstrucción que todos esperamos y sin el cual siempre añoraremos la voz del Flaco? Lo logra, sin alardear de vanguardista. Canta el tema a lo Cabrera, eludiendo palabras e iluminando las partes menos observadas del hit.
Fernando Cabrera, Intro, Ayuí / S-Music, 2012.
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