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El salto hacia el futuro que Stephen Bruner propone con su música no tiene que ver tanto con los elementos que la componen sino con un movimiento hacia atrás. Si el gran arte del siglo XX fue el collage, el del XXI puede entenderse como una respuesta a esa disciplina: no sólo el acto de saber cortar y pegar, sino además de encontrar el modo de acelerar las partes para alterar el efecto. Y el modo, cuando dialoga con su época pero también se fuga de sus bordes, produce resultados disruptivos como la nueva entrega de Thundercat, un álbum que continúa y, a la vez, rompe con la exploración de Drunk, el disco que lo confirmó como un retrofuturista. En ese sentido, Bruner no se queda únicamente en la astucia de combinar jazz, funk, disco, soul y hip hop, sino que hace algo con los géneros que decide usar, parodiar o llevar al límite; algo que admite meditaciones pero no explicaciones cerradas o entendimiento total. Y ahí, en la imposibilidad de clausurar, se revela su gesto vanguardista. Es por eso que Bruner puede asimilar tanto a George Clinton y Bootsy Collins como a Gino Vannelli y Kenny Loggins sin descuidar la orbitación de Prince o Erykah Badu (todo erigido sobre la fascinación iniciática por Jaco Pastorius) y ser además una pieza clave de la revolución sonora que llevan adelante Kendrick Lamar, Flying Lotus, Kamasi Washington, Donald Glover y Steve Lacy, por mencionar algunos nombres que aparecen en sus discos como voces en una cabeza que tiene muchas conversaciones a la vez.
Si bien es entramada, dinámica y cambiante, la música de Bruner no es una demostración de profesionalismo o un muestrario de habilidades; no enseña ni explica, invita al oyente a una relación lúdica donde la forma es tan importante como el contenido, donde la textura enuncia. Puede abordar el imaginario funk de los setenta, la estética del animé o la impronta del jazz fusión sin perder de vista la emotividad pop. De alguna manera, a Bruner le importa menos la vigencia de los estilos que la forma en que estos se pueden desarmar y rearmar como en un rompecabezas conceptual, donde siempre sobra una pieza. Tal vez el gran mérito de Thundercat sea el de esquivar cualquier tipo de solemnidad a través del más honesto de los procedimientos: el humor. Así es como puede hablar de Dragon Ball, de Internet, de perder las zapatillas en una fiesta, de ser afroamericano en Estados Unidos y, también, de la muerte de su amigo Mac Miller sin caer en el patetismo, pero sin desconocer el dolor. Bruner no necesita ser serio para ser profundo o, mejor, se toma muy en serio el efecto de la risa. Por eso, quizás, Thundercat es la mejor respuesta de nuestro siglo a la inagotable herencia de Frank Zappa. Una comedia dramática a la altura de nuestra tragedia cotidiana.
Thundercat, It Is What It Is, Brainfeeder, 2020.
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