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Jack White en Lollapalooza

MÚSICA

Un martillo, clavos, una madera, una cuerda, una botella, un pequeño micrófono. Es verano y el caluroso aire del sur estadounidense se puede sentir. Todo ocurre en la galería de una vieja casa. En el fondo, las vacas mugen. Sin apuro pero en poco tiempo, Jack White termina de construir lo que se descubre como un rudimentario instrumento. Lo enchufa con cuidado a un amplificador y ensaya un breve solo con slide. “¿Quién dice que necesitás comprarte una guitarra?”, pregunta desafiante.

La primera escena del documental It Might Get Loud (Davis Guggenheim, 2008) sugiere una metáfora que a esta altura suena bastante tradicional: el rock, antes que un género musical, es una actitud. Sin embargo, acaso sin pretenderlo del todo, devela también algunas de las razones por las que quien se encuentra frente a cámara es uno de los músicos de rock más importantes de la actualidad. Son las mismas que quedaron expuestas el sábado 21 de marzo de 2015, cuando White se presentó por segunda vez en su carrera en Buenos Aires, en el marco del festival Lollapalooza.

Es que afortunadamente el músico oriundo de Detroit sí pudo comprarse una guitarra. Y entonces no le bastó mucho más. Un sonido inspirado en el rock de los sesenta, una voz aguda —desmedida y rasposa por momentos, singularmente dulce en otros— y la voluntad constante de continuar y, a la vez, deformar la tarea de los viejos bluseros: el trabajo sobre esos recursos mínimos, explotados con inteligencia y originalidad, fue la pauta sobre la que creó la sorprendente fórmula de los White Stripes, referencia ineludible del rock del siglo XXI.

En 2012, y luego del final de aquel grupo, White se animó a editar su primer álbum como solista, Blunderbluss. Dos años después fue el tiempo de Lazaretto. Lejos de decepcionar, esos trabajos —la base de su recital— lo ratifican como un compositor singular y despierto. Ya no hay un dúo salido de un sucio garage (el que formaba con su ex esposa Meg), sino una banda de notables instrumentistas. El color de identificación también ha cambiado: de la característica combinación de rojo, blanco y negro a un uniforme azul. Pero la canción, como supo (y, por lo que se pudo escuchar, aún sabe muy bien) cantar otro de los artistas programados en esta tercera edición local del festival creado por Perry Farrell, sigue siendo la misma.

Prolífico y obsesivo, el autor de “Seven Nation Army” vuelve una y otra vez a las bases del rock (blues, country, rock and roll de los años cincuenta) con el paradójico resultado de crear universos propios y expansivos. Es una especie de gran bestia pop que, guiado exclusivamente por sus gustos y su ambición musical, no para de arrojar algunas de las mejores melodías del momento. En su show conviven la estruendosa “Sixteen Saltines”, la sutil “Love Interruption” y una renovada versión del clásico “Baby Blue”, del cantante de rockabilly Gene Vincent. También hay espacio para los ya clásicos de su antigua banda. “I’m Slowly Turning into You”, por ejemplo, que no sólo no pierde sustancia bajo el nuevo formato sino que saca a relucir todas sus virtudes. En el mejor sentido, nunca se sabe bien qué esperar de la música de Jack White. Sus temas están siempre prolijamente resueltos, pero mantienen un resto que impide acomodarse del todo, aceptarlos sin más.

Dicho de otra manera, el truco ocurre a la vista de todos, y aun así nadie alcanza a descifrarlo. Con el detalle de que no es un show de magia: es un simple curso de carpintería.

 

Jack White, Festival Lollapalooza, Hipódromo de San Isidro, Buenos Aires, 21 de marzo de 2015.

9 Abr, 2015
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