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¿Cómo hubiera sido la historia del rock estadounidense sin las invasiones inglesas de la primera mitad de los años sesenta? La música de Tedeschi Trucks Band parece haber nacido para dar una respuesta positiva a esta pregunta. Quizá la versátil banda de doce integrantes fundada en 2010 por los guitarristas y cantantes Susan Tedeschi y Derek Trucks (esposos en la “vida real”) no decidió erigirse como manifiesto contra el pop británico y su poderosa fertilización en la propia patria de Elvis. No se paró un día para gritar, como sus lejanos ancestros de la Guerra de la Independencia, “basta de té inglés”. Pero la gracia del ensamble está en el modo en que retoma y continúa algunos cabos sueltos de la música popular norteamericana de la segunda mitad del siglo XX. La convicción de que la música de un país es un río de muchos afluentes explica el perseverante andar sin pausa por zonas públicas y secretas de esa pequeña gran historia a la que Greil Marcus ha consagrado su vida de escritor: tradiciones tan nobles como el blues, el góspel, el soul, el country and western y ese genérico, hoy más presente en los libros de historia que en la industria musical, llamado rhythm and blues. Es decir, todo aquello que, en mayor o menor medida, conmovió a una generación de jóvenes ingleses iracundos. Es una historia muy conocida, pero su final sigue abierto.
La variedad de estilos que coexisten en el team del momento ha obligado a los críticos a utilizar términos compuestos, a veces con abuso del guión. El más frecuente —y poco jugado— es rock-blues, aunque en el detalle de cada tema se imponen otras taxonomías, como soul-jazz (“Right on Time”), soul-pop (“Let Me Get By”, canción que da título al nuevo disco, tercero en la discografía de estudio del grupo) o los más acotados Motown-pop (“I Want More”) y New Orleans funk (“Don´t Know What It Means”). Esta ensalada de categorías no es caprichosa (en todo caso, es borgeana): la música de Tedeschi Trucks Band es uno de los ejercicios de memoria cultural más vitales de la escena contemporánea.
Tan lejos del rescate etnográfico como de la fusión, la banda reproduce en su propio discurso musical la modalidad andariega que, como a los personajes de On the Road, los tiene girando de aquí para allá. El nomadismo como forma de vida: sólo en 2014 hicieron doscientos shows en distintas ciudades de Estados Unidos. El nomadismo como estilo musical: pensamos unos instantes antes de guardar el disco en el sector que corresponda. Pero no se trata de tocar un poco de cada cosa —como algunas viejas orquestas de swing—, ni de retratar en cada canción un aspecto particular de las riquísimas tradiciones norteamericanas.
El travelling completo sucede prácticamente en cada canción. Por eso no hay canciones favoritas: todas valen, todas suenan tal como la banda quiere sonar. Esto explica, en parte, la extensión de los temas (entre cuatro y ocho minutos, tiempo suficiente para algo más que repeticiones), que suelen empezar en un lugar y terminar en otro. Por ejemplo, “Anyhow” abre el álbum con el sonido de una remota guitarra de blues rural y la voz firme y grave de Susan Tedeschi. Enseguida irrumpe, anunciado por la batería doble (en rigor, dos bateristas, J.J. Johnson y Tyler Greenwell), un ritmo levemente funky, sobre la instrumentación idiosincrásica del rock. Para el primer estribillo se agrega una pequeña brass: trombón, trompeta y saxo tenor. Y cuando todo parece llegar a su final —ahí está la canción, qué más agregarle—, el tema abre las fronteras de su forma para que Doyle Bramhall toque un vibrante solo de guitarra eléctrica de dos minutos. La canción deviene así en jam. La lírica se convierte en instrumental. La composición, en improvisación. Y una banda con nombre y apellido, en una tribu acéfala.
Tedeschi Trucks Band, Let Me Get By, Fantasy/Universal, 2016.
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