Otra Parte es un buscador de sorpresas de la cultura
más fiable que Google, Instagram, Youtube, Twitter o Spotify.
Lleva veinte años haciendo crítica, no quiere venderte nada y es gratis.
Apoyanos.
En un tiempo había en las cantinas porteñas unos cantantes versátiles que, guitarra en brazos, pasaban entre las mesas desgranando el “mapa musical del mundo” –una guaracha, una tarantela, un tango, un cuplé, una balada–, todo lindísimo, de modo que a medida que uno escuchaba las piezas se iba representando los lugares de origen –según fotos de almanaque–. Eran eclécticos y efectistas, dos atributos que el arte moderno desdeñó largamente. Para artistas de hoy como Jun Miyake, con todo, indistinción y efectos son medios o procedimientos para producir piezas de música que más que recuperar imágenes obran apariciones inusitadas, aunque sólo si se las escucha en serie. Miyake es japonés pero se graduó en Berklee; tocó la trompeta en formaciones de jazz contemporáneo –con el legendario Terumasa Hino, con Dave Liebman–, tiene doce discos como solista, colaboró con Pina Bausch, Oliver Stone y Robert Wilson y también ganó el Grand Prix de Cannes a los medios digitales después de haber musicalizado tres mil comerciales televisivos. En Lost Memory Theatre, un disco increíblemente ausente en las listas de lo mejor del año pasado, reúne a Arto Lindsay, las Voces Cósmicas de Bulgaria, el chelista Vincent Ségal, el percusionista Vinicius Cantuária, David Byrne, Nina Hagen y muchos más. Escuchen el solapado saxo soprano de Renaud Gabriel Pion en “Assimétrica”, a la deslumbrante Lisa Papineau refundando el pop con cuerdas en “The World I Know”: Miyake compone todos los temas y arregla para combos disímiles y timbres muy misceláneos, incluso en la música actual, con una soltura tenue o incandescente, a veces heredera del sinfonismo cinematográfico de Toru Takemitsu. En ocasiones añade su trompeta, su voz o samplea a Billy Magnum o DJ dppy. Bossa, letanías, chanson, un estándar, indie, house y temas de película futura se avienen en un continuo de expectativa atenta a los detalles, de ensoñación y sorpresa. El disco está grabado en Zúrich, Tokio, Nueva York, París, Wuppertal y otras ciudades. Se reconocen el portugués, el inglés, el francés y el japonés. Pero según el librito con las fichas de los temas, la letra de “abshana” dice: “tuiu rarh ra sturiu rarh ra / abshana tsiquaraqu saqchh maraa / zdu geabroo…” No es scat, no es glosolalia, ni ese cuento de un idiota que no significa nada. Es un idioma que existe sólo en las voces de Kyoko Katsunuma y Miyake, un idioma que presenta. En la introducción que firma, Miyake habla de cómo a veces se corta el lazo entre memoria y lugar específico; de los incontables recuerdos que se pierden en guerras y catástrofes como las de Japón. El disco es un intento de edificar un teatro para la memoria perdida. Wim Wenders –hay un texto suyo– está seguro de que instaura una “tercera cosa” entre música e imaginería. En ese sentido es un logro muy actual. Pero consigue algo único: puede escucharse como fuente de canciones deliciosas mientras uno cocina o viaja, sea en el norte o el sur de la aldea global, y a la vez disipa la melancolía y el duelo con pompas de recuerdos que nunca tuvimos. Hecha con materiales recuperados, es música de los momentos de una vida fresca.
Jun Miyake, Lost Memory Theatre – Act I, Yellowbird, 2013.
“Todas las cosas que no tienen nombre / vienen a nombrarse en mí”, cantó casi con sentido irónico Gabo Ferro en su último disco, Su reflejo es...
Hilda Herrera festejó sus noventa y dos años con un nuevo disco. Y así nomás es es un trabajo de piano a cuatro manos con el pianista Sebastián...
Gloria Guerrero: ¿Estás viejo ya para ser maestro de escuela?
Charly García: No, los maestros de escuela son viejos.
Humor, junio...
Send this to friend