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Guitarrista, compositora, multiinstrumentista, productora musical, además de técnica en sonido, Lucy Patané nació en Bernal y vive en Buenos Aires. A los veinticinco años, como música, ha participado en decenas de grupos que incluyen La Cosa Mostra y Las Taradas; es parte, también, de los proyectos de Paula Maffia y Diego Frenkel, y este año ha sacado su primer disco solista, el homónimo Lucy Patané.
El disco podría escucharse como una obra cerrada en sí misma. La composición es de doce tracks y el inicio es verdaderamente de película: “La corte”, un juicio, un proceso incierto, melancólico, el lamento femenino, suave y furtivo. En “En toneles”, la guitarra de Patané es el centro de toda la cuestión: suena audaz y embriagadora. Su muñeca, imbatible. Construye, afirmativamente, un nuevo modo de hacer música aquí y ahora. Una lectura distinta sobre el rock, para oír el rock. No es el rock masculinizado; incluso podríamos pensar en una “nueva potencia del rock” en clave femenina. Hasta invertiríamos el dicho “la música nos va a salvar” por el comienzo del tema “Clavícula”, que dice que “ellas van a salvar a la música”. Cuando la tecladista Mene Savasta dice eso y junto con Carola Zelaschi (batería), Melina Xilas (saxo tenor) y la cantautora dan inicio al tema, irrumpe un momento de canibalismo romántico, mezcla de efecto predatorio y caballerosidad.
Patané investiga el sonido, sugiere imágenes que a veces se desprenden de los materiales o la tímbrica; un estudio que le llevó dos años compilar, procesar, analizar y dar forma en un objeto. Las letras provienen de una suerte de bitácora personal, pura experiencia, y Patané sólo se ocupa de materializarlas, como en “Hoteles de fuego”.
El disco propone imaginar un territorio configurado sólo por Lucy Patané (“Ustedes”, “La osa en la laguna”): tiene personajes que provienen de diferentes lugares, las caminatas, las conversaciones (“Tu dialecto”). Se expande esta incómoda relación dialéctica entre la compositora y su entorno, se van atravesando. No hay recetas, hay movimiento e inconformismo. Cuando una obra es posibilitadora, entonces allí reside su potencia. Resulta por demás interesante cuando una artista invita a participar de su mundo imaginario, cuando la construcción de esa ficción implica conocer otras posibilidades del sentir y habitar la musicalidad, como pasa con “Aterrizaje”. Un mundo imaginario con efecto de certeza es una defensa de las posibilidades que brinda la creación.
Hablamos de territorio. Tiene un nombre en el imaginario de Lucy Patané: Marder, un espacio inenarrable, un lugar y un no lugar que suena y que confluye (en Marder coexisten otros discos, como el de Marina Fages y Mene Savasta). En esa multiplicidad hay mirada de a dos también. Los sonidos nocturnos aproximan a la idea de intimidad en “Búhos”.
Escuchar la obra de Lucy Patané es asomarse a un proceso denso y a la construcción de un imaginario irrepetible. Casi como una venganza se impone “Dock Sud”, como un sonido del margen levantándose entre la marea; atraviesa como un rayo y despega. De nuevo el efecto posibilitador: sonidos que viajan del sur al centro y viceversa. Eso fronterizo viene a decir y a enunciar una nueva identidad que intenta borrar los límites que había consagrado un género. Esta obra es una verdadera puesta en escena desplegada y estructurada en una densidad musical sensible y potente. Una vez que se abre la puerta, será difícil salir del mundo que ella propone.
Lucy Patané, Lucy Patané, edición propia, 2019.
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