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Tan comunes en las últimas tres décadas, las listas de “Los mejores (inserte aquí el rubro)”pueden ser caprichosas, populistas, ilustrativas, polémicas, justicieras; muchas veces varias de esas cosas a la vez. También, si llegan en el momento y el lugar adecuado, establecen una aproximación a un canon. En el listado de los cien mejores discos de la historia del rock publicada por la revista Mojo en 1995, entre otras sorpresas, Astral Weeks (1968) de Van Morrison ocupa el segundo lugar detrás de Pet Sounds (1966). El siguiente LP de Morrison, Moondance (1970), no es parte de la selección.
El estatus de Astral Weeks se ha mantenido con los años; incluso Morrison grabó una versión en vivo aniversario en 2008. Estableció el estándar para buena parte de su obra: folk de forma libre grabado con músicos de jazz; meditación dinámica sobre la base de la repetición, ante la cual el oyente puede reaccionar de dos formas: se eleva o se queda carreteando. Por otro lado, Moondance es conciso, ganchero y, en sus propios términos, comercial: es uno de esos discos de catálogo que nunca se dejan de vender.
Las distintas reediciones de Moondance publicadas el año pasado (cuádruple, doble y la más humilde edición remasterizada que se comenta aquí) ilustran cómo el álbum terminó ganándose su lugar en la tiranía de las listas. Pero, en rigor, lo correcto con Morrison es hablar, más que de mejor disco, de período cumbre: His Band and the Street Choir (1970) o Tupelo Honey (1971), los dos LP siguientes, merecen similar aclamación.
En perspectiva, llama la atención cómo Moondance funciona como compañero de emociones de los dos primeros álbumes de The Band (1968-1969), hasta el punto de compartir el mismo fotógrafo, Elliot Landy. En los surcos de estos tres discos conviven el folk y el soul con esa combinación de vientos, guitarras acústicas (con la eléctrica colocando yeites a la Stax), bajo y batería que suenan como el trabajo de artistas con un pie en el campo y otro en la ciudad.
Morrison declaró haber escrito “Brand New Day” de un tirón tras escuchar a The Band en la radio, pero la influencia de los canadienses está por todos lados. No sorprende que solista y banda terminasen grabando y compartiendo escenario. Aun así, no hay nada de derivativo en Moondance. Morrison supo conjugar canciones de base sólida con un trabajo espontáneo en el estudio. De ahí que suenen tan frescas y a la vez ofrezcan suficientes razones para ser versionadas por otros artistas.
Si fuese un film, se diría que Moondance fue rodado en escenario naturales, con Morrison haciendo gala de su paganismo. La mitad del álbum habla de lo mismo, del sexo como expresión de amor, pero siempre en un seteo distinto para que no se sienta repetitivo: la noche luminosa en la cumbre “Moondance”, con su pulsión (más que pulso) de jazz; la adicción amorosa en “Crazy Love” (la “The Weight” del disco, para mantener la comparación con The Band); el campamento gitano en “Caravan”; la consumación (“quiero rockear tu alma gitana”) como forma de alcanzar la trascendencia en “Into the Mystic”, y la versión diurna de “Moondance” en “Come Running”.
Las otras cinco canciones están más abiertas a la interpretación: el relato autobiográfico “And it Stoned Me”, la onírica “These Dreams of You” (“Y Ray Charles fue baleado pero se levantó para dar lo mejor de sí”), el renacer de cara a la luz del sol en “Brand New Day” (la “I Shall Be Released” del álbum), el optimismo de “Everyone”, que puede o no estar inspirado en los problemas, la lucha fratricida entre las dos Irlandas, con su clavicordio y su flauta que la asienta en el folclore de su tierra; y “Glad Tidings”, que puede ser sobre cualquier cosa y donde el guitarrista John Platania no se priva de citar “Brown Eyed Girl”, el primer hit solista de Morrison, del cual ya estaba muy lejos.
Van Morrison, Moondance [1970], Warner Bros., 2013.
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