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Marcelo Alzetta es un artista esquivo, alejado de la mayoría de las elecciones preponderantes del arte en la Argentina, por no hablar de un hipotético canon. Reconocido por su pares y un puñado de fans —aunque es cierto que cada vez son más—, produce una obra plástica difícil de encasillar en la que conviven Marcel Duchamp, el arte naíf, el Mono Relojero y “Billie Jean” de Michael Jackson. Como en los negocios de bazar del conurbano bonaerense, aquí es posible encontrarnos con las asociaciones más impensadas y regocijantemente absurdas. Una suerte de humor agridulce, trágico incluso, atraviesa su obra. En la mirada del gato que llora o del payaso triste no podemos dejar de recibir cierta malicia que nos incomoda. Pero no hay ingenuidad. Es la sonrisa del niño que nos quiere engañar cuando ha cometido una falta.
Sorprendentemente, en su música pasa algo distinto. En Museo primitivo, su primer disco, Alzetta se manifiesta en forma autónoma, tanto de su obra plástica como de su experiencia vital. No extraña que el disco haya sido editado en Metamúsica, el sello que Ulises Conti fundó como parte de su concepción abierta del arte y el empeño de dar a conocer artistas que trabajan formatos diversos, desde la canción hasta la electrónica abstracta, pasando por el piano solo y las guitarras acústicas reflexivas.
Como en otras muestras del catálogo, en el disco de Alzetta no hay anclaje ni referencias personales; es de música manifestándose como tal. Podemos encontrar ecos del kraut (de Kraftwerk, incluso); podemos imaginar estas composiciones gestadas en la Berlín electrónica de los setenta, posterior al Zodiak Club de Conrad Schnitzler. El uso de sintetizadores analógicos y modulares para esta grabación, como Moog, Korg o Mutable Instruments Grids, evoca inevitablemente esa especie de limbo temporal, que de a poco va tomando forma. Capas de emisiones sonoras lanzadas y misteriosamente engarzadas, sonidos que se manifiestan en primer plano y fondo, que juegan con bajas y altas frecuencias (tienta decir que probablemente sólo puedan sentirse, más que oírse). Repeticiones hipnóticas a la manera de una cinta sinfín. La disrupción cósmica generada por vibraciones sintetizadas: ese espacio retrofuturista es la casa que habita Alzetta. Una casa repleta, abarrotada de colores sónicos. Él nos abre una ventana y nos deja espiar su mundo onírico y acuoso: arenas cantoras en una playa.
Marcelo Alzetta, Museo primitivo, Metamusica Records, 2020.
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