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¡Pat Martino! La exclamación que coronó la noticia de su presencia en el Festival Internacional Buenos Aires Jazz que “cura” el pianista Adrián Iaies reveló la admiración que muchos profesamos por este elegantísimo guitarrista post-Montgomery. Pero también dejó entrever cierta culpa colectiva —en el siempre acotado colectivo de la afición jazzística, se entiende— por no recordarlo más seguido, por no tenerlo en cuenta a la hora de nombrar, un poco a la bartola, a los grandes de la guitarra improvisada, esas figuras de un canon instrumental de final abierto —la seis cuerdas nunca defraudan a los cazadores de nuevas rutilancias— pero quizá un tanto remiso a reconsiderar el pasado, aun el más próximo.
Por supuesto, la vida de Martino, partida al medio por un aneurisma que lo desmemorió cuando ya era un grande de la música, es materia literaria, y eventualmente periodística. ¿Cómo sustraernos al relato de su doble vida, de su doble biografía de persistente guitarrista de jazz? ¿Cómo escuchar su música sin pensar, mientras esta fluye, que Martino reencarnó en Martino, que se reinventó —nunca más elocuente este verbo un tanto gastado por la crítica cultural— sin abandonar el jazz, su ámbito de libertad plena? Por supuesto, esa información biográfica sobrevolaba el auditorio de la Usina del Arte cuando el formidable Organ Trio de Martino —con los muy jóvenes Pat Bianchi en Hammond y Carmen Intorre en batería— empezó a sonar. Sin embargo, enseguida nos olvidamos de la biografía. Y Martino, fiel a su idea de pensarse siempre en presente, allí donde el improvisador inteligente no deja ni por un instante de tomar decisiones, deshizo las narrativas que escoltaban su magisterio. Su presencia fue la del jazz; lo demás, poco interesó.
Bastaba con ver los rostros expectantes, los pies taconeando con suavidad la madera de la Usina y los cuerpos oyentes apenas curvados hacia adelante —ese gesto de proximidad a los músicos— para entender, en menos de lo que canta un compás, que la noche era deliciosa. Al promediar el concierto hicieron su gran entrada los standards: “Round Midnight”, “All Blues”, “Blue in Green” —acaso el gran momento—, “Antropology” y un bis algo bizarro: “Sunny”, el clásico de 1966 de Bobby Hebb. Dicen que esta es una de las canciones pop más versionadas de todos los tiempos. Pero Martino —que la viene tocando por lo menos desde 1972—, Bianchi e Intorre la interpretaron como si la acabaran de descubrir: un estreno de encanto instantáneo.
El fraseo de Martino es muy fluido y articulado, con ligados perfectos. Su guitarra suena con cierta opacidad en el color, lo que crea una sucesión tonal más bien homogénea, de modulaciones nunca dramáticas. En lugar de estar tocando las cuerdas, Martino da la impresión de estar surfeando sobre el diapasón. Pero su discurso no es precisamente frugal: se mueve constantemente y tiene sus puntos disruptivos. Cuando creemos que todo seguirá más o menos igual, con el guitarrista llevando el swing en frases en octavas, de pronto desdobla voces en contrapunto, quiebra los acordes de arriba hacia abajo y sorprende clavando un ostinato que parece no tener fin, mientras sus compañeros siguen avanzando. La maestría de Martino está cifrada justamente en esos contrastes que ocurren dentro de sus solos: el señor mainstream dialoga —cuando no fricciona— con el hipster que floreció en los años sesenta. Que su acérrima identidad jazzística le permita reunir esas dos poderosas tipologías de la historia cultural moderna no es exactamente un milagro. Se trata, en todo caso, de una proeza artística.
Pat Martino Organ Trío, concierto de apertura del Buenos Aires Jazz 14 Festival Internacional, Usina del Arte, 19 de noviembre de 2014.
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