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El pasado —que representa la interpretación musical al momento de ser grabada— aparece como un fantasma en el último disco de Federico Durand, Pequeñas melodías. Durand (Buenos Aires, 1976), músico que desde 2010 lleva más de diez discos editados, esculpe sus piezas a partir de grabaciones de campo y demos en cinta. Con este material, desempolva y selecciona, recorta y pega, loopea y arregla: ordena sus recuerdos, escribe sus memorias, en un presente que se vive en clave ambient.
Pequeñas melodías fue ideado como un diálogo entre Durand y el dúo de fotógrafos españoles Anna Cabrera y Angel Albarrán. El sello discográfico y editorial anclado en Francia IIKKI publicó el disco en formato físico junto con un libro de imágenes tomadas por Albarrán y Cabrera. El sello propone la lectura del libro acompañada con la escucha del disco, a punto tal que el libro está dividido siguiendo los títulos de las canciones de Durand. Las fotos capturan paisajes naturales en blanco y negro, con animales atrapados entre luces blancas y sombras. También se incluyen algunas fotos de jardines japoneses y estanques de carpas koi, a tono con las influencias de Durand (quien hizo varias giras por Japón, comparte el proyecto Melodía con Tomoyoshi Date y tiene varios discos editados allí por sellos locales).
Pequeñas melodías es un disco “lo-fi”. Pero Durand no usa este estilo para esconderse en las bajas fidelidades de su grabador ni para perder precisión, sino para ganar en detalle y textura. El ruido blanco de las cintas gastadas suena tan claro como los teclados que abren “Se hizo de noche”, o las guitarras de “Los juguetes de Minka Podhájská”. Las cajitas musicales de “Las estrellas giran en el pinar” suenan tan leves como el sonido de ambiente que las envuelve. Esa sensibilidad por sonidos “delicados” recorre toda la discografía de Durand, pero es en Pequeñas melodías donde lo delicado se vuelve frágil, como si hubiera grabado sus teclados justo antes de que se rompieran. Trabajos anteriores, como El estanque esmeralda, usaban extensas notas de teclados para crear sus paisajes y recuerdos a través de la suma de sonidos. Pero Pequeñas melodías es un disco de fragmentos, de loops cortos y una instrumentación mínima. Las melodías a las que su título hace referencia se imaginan sólo en la repetición de frases musicales loopeadas. Tracks como “El jardín de rosas antiguas” logran una melodía circular que, en su repetición, se podría extender al infinito, sin alcanzar un cambio o clímax. Los teclados de cristal de “La tarde ronda por la casa” crean un plateau de armonías, ocho minutos de ambient espacioso, sin cambiar pero nunca igual.
Por la mitad del disco aparece “Racimos de luz”, un track con sólo un loop de teclado de notas estiradas y sonido suave. Pero lo que parece otro track encerrado en el loop comienza a mostrar un lento crescendo, casi imperceptible, y el volumen se hace cada vez más fuerte. Es un momento que podría resumir el fuerte de Durand: el puente entre lo frágil y lo firme, entre el recuerdo y el presente, lo fantasmal y lo tangible.
Federico Durand, Pequeñas melodías, IIKKI, 2018.
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